El
pontevedrés Manuel Estévez Rodríguez se convirtió en 1940 en el
primer nadador gallego de la historia que subía al podio de un
Campeonato de España, una hazaña de incalculable valor que no fue
produzto de la casualidad, ya que en el primer lustro de los años
cuarenta del siglo pasado fue considerado como uno de los mejores
bracista españoles, acumulando medallas y récords en los diferentes
campeonatos nacionales a pesar de la falta de medios -en nuestra
comunidad no había piscinas- y de recursos. El momento en el que
vivió hizo pasar al olvido a un deportista que, a punto de cumplir
los 93 años tiene, por derecho, un lugar en los anales.
Un día
a un grupo de chiquillos que jugaban en As Corbaceiras les dijeron
que se tiraran al agua, que fueran hasta la otra orilla y regresaran;
cuando el último volvió a tocar tierra firme, al primero le dijeron
que había sido seleccionado para tomar parte en competiciones
locales y regionales para posteriormente poder acudir al Campeonato
de España.
La
escena se remonta al verano de 1939, cuando tan solo habían
transcurrido unas cuantas semanas del final de la Guerra Civil y el
chaval que había llegado primero pensaba que “me estaban tomando
el pelo”, confiesa cuando han transcurrido más de 74 años de
aquella situación, y a punto de cumplir los 93 años (lo hará el
próximo 8 de enero), Manuel Estévez mantiene fresca en su abundante
memoria muchos de los recuerdos de una juventud en la que el niño
que nadaba más rápido que nadie en el Lérez se transformó en uno
de los mejores nadadores de la historia de Galicia.
Manuel
Estévez nació, por expreso deseo materno, en Ponteareas, de donde
era originaria su familia porque “mi madre fue a dar a luz allí,
pero llevaban tiempo viviendo en Pontevedra y a los pocos días
volvieron para allí”, confiesa alguien que lleva residiendo desde
hace 60 años en A Coruña –“desde que me casé”-, pero que
reconoce que, “por encima de cualquier sitio, me siento de
Pontevedra”.
En los
años 20 y 30 del siglo pasado el río Lérez era uno de los
epicentros de la actividad social, deportiva y lúdica de la ciudad,
que miraba mucho hacia él. Al mismo tiempo era el gran escenario de
la actividad deportiva, especialmente la zona de As Corvaceiras,
donde los partidos de waterpolo, las travesías o las carreras de
velocidad eran constantes. También era el lugar donde los jóvenes,
y los que no lo eran tanto, se divertían en su tiempo libre, entre
ellos; un chaval al que los deportes no se le daban mal, pero que
nunca se había planteado tomarse en serio el deporte, pero la visita
de aquellos entrenadores le cambió la vida.
Estévez
se enroló en el Marítimo -club que a raíz de su fusión con el
Náutico en 1958 se transformó en el actual Naval de Pontevedra-,
con el que comenzó a tomar parte en las primeras competiciones, que
tenían un carácter local, provincial o universitario hasta que en
1940 logró participar en el Campeonato de España, que la Federación
Española concedió al Náutico de Vigo.
El
evento no solo fue un reto para el pontevedrés, sino también para
la organización, ya que en 1940 Galicia no contaba con ninguna
piscina –la primera se inauguró al año siguiente en A Coruña, en
el antiguo solar de la cárcel, donde ahora está el Hotel Hesperia
Finisterre-, por lo que en la dársena del puerto se ‘aparceló’
una parte del mar y se instalaron las diferentes calles. El
campeonato se incluía en los actos de homenaje a la Marina Española,
pero por la falta de instalaciones adecuadas no se pudieron celebrar
los concursos de saltos. Se dieron cita miles de personas que
trataban de olvidar las heridas de la reciente Guerra Civil, así
como los mejores nadadores españoles que resistieron al conflicto
bélico.
La
natación gallega apenas tenía bagaje. La federación regional se
había constituido a principios de los años 30. Las pocas
referencias históricas eran el marinero ferrolano, Abelardo López
Montovio, que estuvo a punto de ir a los Juegos Olímpicos de
Amberes de 1924, en los que el pontevedrés Luis Otero fue plata con
la ‘furia española’ de fútbol, pero por las presiones recibidas
el COE optó por no convocarlo. Así como en el primer lustro de los
años 30, los coruñeses Casteleiro, Miranda, Bremón, o Campanioni,
o los vigueses Joan Docet y Josep M. Puig (dos catalanes que
mostraron a sus compañeros las excelencias del estilo crol,
desconocido para ellos), Rivas, Concejo, o Castiñeiras.
Las
expectativas de la representación gallega eran mínimas. Toda la
atención estaba centrada en otros deportistas, pero de repente
surgió la figura imponente de un joven pontevedrés de 19 años que
se colgó la medalla de plata -se daban copas- en los 200 metros
braza (en aquella época se llamaba braza de pecho), solo superado
por el que en los siguientes años sería uno de sus eternos rivales,
Garamendi, mientras que la tercera plaza fue para Sabaté. Los tres
dominaron durante lo años 40, a nivel nacional, las diferentes
pruebas de esta especialidad.
La
mayoría no salía de su asombro, como reflejan las crónicas de la
época, porque Manuel Estévez solamente era conocido a nivel local y
un poco en Galicia. “Si ese campeonato no hubiera sido en Vigo, con
toda seguridad no hubiera podido participar, pero al ser tan cerca se
habían hecho pruebas de selección y tenía más posibilidades”,
reconoce bajo la atenta mirada de su esposa y de sus hijos. Las
anécdotas e historias se van sucediendo de manera espontánea en la
conversación. Se mezclan los recuerdos y entre ellos hay un espacio
especial para aquella competición porque, “aunque la piscina no la
homologaron, aquella tarima flotante era todo un invento. Tuvieron
mucho mérito”.
La
medalla de plata, la primera en la historia de la natación gallega,
hizo que el nombre de Manuel Estévez comenzase a aparecer en los
periódicos de la época de una ciudad en la que ya era conocido y
cuyos vecinos conocían sus hazañas deportivas gracias a los trofeos
que iban apareciendo en el escaparate de un comercio de la calle de
La Oliva llamado ‘El Globo’. “Después de una competición el
dueño de la tienda me dijo que si quería podía poner allí el
trofeo, y a partir de ese momento siempre que conseguía alguno se lo
llevaba. Siempre me decía: tú tráeme más”. El guante siempre
era recogido por un chico que, además de la natación, también
practicaba atletismo -ganaba siempre en 200, 400, 4x400 y altura- y
jugaba en la liga de fútbol de modestos como portero del Noácido y
El León y en la de federados con el Crispa y al balonmano a once en
la recién fundada Sociedad Deportiva Teucro, de la que fue uno de
sus primeros integrantes.
La
consecución de más trofeos no era sencilla no solamente por las
evidentes dificultades deportivas, sino por la falta de pruebas y la
lejanía, no solo kilométrica, de Galicia con respecto a los sitios
que eran los centros neurálgicos de la natación española,
especialmente Canarias, Madrid y Cataluña.
Animado
por su estado físico, por el recuerdo de lo sucedido en Vigo y por
su pasión por el deporte, decidió ir al Campeonato de España que
al año siguiente, 1941, se celebró en Palma. Fue el único gallego
que acudió y el viaje fue toda una proeza. “Primero fui en el tren
de mercancías a Madrid, después cogí otro a Valencia desde donde,
en barco, llegué a Palma después de una travesía de varios días”
porque “el transporte no era como el de ahora”.
Galicia,
a pesar de presentar solo a Manuel Estévez, logró un espectacular
quinto puesto por regiones, únicamente superada por potencias como
Cataluña, Castilla, Baleares y Canarias, y por delante de otras como
Valencia, Asturias y Andalucía. “El día del desfile inaugural
iban llamado uno a uno a los equipos. Cada selección llevaba 12 o 14
nadadores, además de entrenadores y directivos, y de repente dicen
Galicia con un único deportista: ¡Estévez! Y el público,
sorprendido, comenzó a aplaudir”.
Aquel
Campeonato de España fue el preámbulo de su mejor año deportivo,
el de 1942, en el que el pontevedrés se consolidó como uno de los
mejores bracistas de nuestro país. Todas las competiciones se
convirtieron en verdaderas exhibiciones. En la cita nacional fue
tercero en 200 y 400 metros, aunque su gran recital llegó en la
primera edición del Campeonato Nacional de Educación y Descanso, en
el que alcanzó el primer puesto en las dos distancias y batió el
récord nacional de los 400 braza y fue, de los 257 participantes, el
que obtuvo la mejor puntuación.
Llegó
a poseer -mejorándolos en varias ocasiones- los récords gallegos de
100 (1'26”), 200 (3'8”) y 400 (6'56”), así como el de 3x100
estilos, además de la marca nacional de Educación y Descanso en
los 400. La suspensión, por culpa de la Segunda Guerra Mundial, de
los Juegos de 1940, que se iban a celebrar en Helsinki, y los de
cuatro años después, que estaban asignados a Londres, impidieron
que el pontevedrés estrenase una condición olímpica, que se había
ganado en el agua. Su marca personal en el doble hectómetro
significaría ser finalista en los Juegos anteriores (Berlín 36) y
posteriores (Londres 48) al conflicto bélico.
Se
mantuvo en activo hasta finales de los años 40, aunque nunca perdió
contacto con la natación. A mediados de esa década comenzó a
desaparecer de los primeros puestos a nivel nacional, pero seguía
siendo imbatible en Galicia.
El
paso del tiempo fue olvidando la figura del primer grande de la
natación gallega. Un deportista ejemplar al que solamente la época
que le tocó vivir le impidió conseguir las cotas que posteriormente
tuvieron otros con menos méritos. Ahora que mira la vida de reojo
Manuel Estévez Rodríguez conserva en su veterana memoria los
recuerdos de una época en la que, de por sí, ser deportista era una
heroicidad, por lo que describir una trayectoria como la suya alcanza
categoría de leyenda.
Estrecho
Aseguran
que todos los deportistas tienen un sueño por cumplir. El de Manuel
Estévez Rodríguez es el de cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar.
Una vez, en los años 40, leyendo un periódico, descubrió que una
inglesa, Mercedes Gleitze había logrado tal hazaña en 1928. Aquel
desafío le entusiasmó, comenzó a surgir en su cabeza la
posibilidad de seguir las brazadas de la británica, y más teniendo
en cuenta que él era un especialista en travesías, no en vano en su
palmarés existen numerosos éxitos en este tipo de competiciones.
“Comencé
a entrenar y a buscar más información sobre cruzar el estrecho”,
explica con añoranza porque “era un reto que me apasionaba”,
pero finalmente hizo caso a aquellos que le aconsejaban que “no lo
hiciera porque eran 14 kilómetros con el mar a bajas temperaturas”.
Nadie
confiaba en el pontevedrés porque “me decían que no tenía la
musculatura suficiente para soportar esas bajas temperaturas”. A
los primeros comentarios negativos no les hizo caso, pero a la postre
sucumbió a esas voces críticas. 70 años después reconoce que en
cierto modo se arrepiente porque “hubiera sido bonito poder
conseguirlo”. Además, de haber cruzado el Estrecho con éxito, se
habría convertido en la segunda persona en lograrlo, en el primer
hombre y también en el primer español, porque hasta que el 2 de
septiembre de 1948 Eduardo Villanueva llegó a la orilla africana
ningún español lo había intentado.
A lo
largo de su carrera deportiva destacó en algunas de las travesías
más importantes que se celebraban en Galicia. Ganó en dos ocasiones
la de Navidad de Vigo que se celebraba en el puerto a la altura de
Guixar; de ella todavía recuerda “el frío espantoso que pasamos
porque era finales del mes de diciembre”. En 1943 logró el tercer
puesto en la Travesía al Puerto de A Coruña.
Para
este tipo de pruebas tenía la ventaja de que durante muchos años el
único lugar donde nadó fue el río Lérez. “Entonces no había
piscinas”. Las competiciones y los entrenamientos se hacían a
partir del mes de mayo hasta septiembre, y allí coincidía con
Roberto Ozores, Muruais, Malecho, La Rocha...
El
rescate del cerdo
A
principios de los años 30 del siglo pasado el río Lérez tenía una
frenética actividad. Era uno de los lugares de recreo preferido por
los pontevedreses y donde los amantes a los deportes acuáticos
tenían la oportunidad de practicarlos. Nombres como los de José
Rodríguez Ruibal ‘Pepe Malecho’, Armando Casteleiro, Clemente
Echevarría o el propio Muruais estarán siempre unidos a este cauce
fluvial.
Entre
los numerosos pontevedreses que disfrutaban del río estaba Manuel
Estévez, que vivía en la rúa Real a la altura de la fuente de los
Tornos. Un chaval que generaba admiración entre sus coetáneos por
su capacidad natatoria. En las épocas estivales estaba siempre cerca
del río y eso le hizo vivir situaciones de todo tipo, algunas de
ellas realmente singulares.
Cuando
era un chaval vio cómo un señor que se dirigía hacia el puente de
A Barca, por la orilla del actual Mercado, comenzaba a gritar y
bracear. Cuando se acercó a él escuchó que los lamentos se debían
a que la cría de cerdo que llevaba atada a una cuerda se estaba
ahogando en el río sin que nadie hiciera nada. Todos daban por
perdido al porcino cuando el joven Manuel Estévez se arrojó al agua
vestido con ropa de calle, nadando se acercó y lo primero que hizo
fue cogerle de una oreja para que no le mordiera. Haciendo gala de
sus cualidades, lo fue acercando hasta tierra firme ante la atenta
mirada de la multitud que se había congregado.
Los
lamentos se transformaron en gritos de alegría según Manuel se iba
acercando a la orilla, mientras hacía que el cerdo no hundiera el
hocico en el agua para que no se ahogase. La aventura tuvo un final
feliz. El buen señor recuperó el cerdo y el joven nadador recibió
numerosas felicitaciones, “aunque no me regaló ni un jamón”,
comenta entre risas. Estévez, que todavía no era el gran campeón
que posteriormente fue, comenzó a crearse una reputación.
El
rescate del que se siente más orgulloso se produjo cuando estaba
viviendo en A Coruña. Fue en la piscina de La Solana en una tarde de
verano en la que se cayó al agua una niña pequeña que no sabía
nadar. Nadie se dio cuenta del incidente hasta que de repente
escucharon un grito, una vez más Manuel Estévez se lanzó al agua y
sacó a la niña que llevaba un tiempo en el agua, por lo que había
perdido el conocimiento. Los ejercicios de primeros auxilios que le
practicó fueron cruciales para que recuperase su actividad.
En
aquella época las carreras en el agua eran a diario. Cualquier
excusa era perfecta. También se adentró en el waterpolo –denominado
polo acuático-, que era un deporte que generaba una inusitada
atención en Pontevedra tanto por practicantes como por espectadores,
no en vano cada partido que se celebraba en la dársena de As
Corbaceiras, en las inmediaciones de la actual sede de la Autoridad
Portuaria, era una auténtica fiesta.
Aquel
grupo de amantes de la natación también se divertía protagonizando
saltos, que habitualmente tenían su base en el viejo puente del
tren, pero los más valientes en más de una ocasión se atrevían a
tirarse desde el de A Barca (más de 14 metros). Entre ellos estaba
Manuel. “Era toda una aventura. Tirarse desde el puente del tren
era lo habitual, pero cuando subíamos al de A Barca la gente se
concentraba en las orillas muy pendiente de lo que sucedía”,
comenta antes de añadir que “éramos jóvenes e inconscientes”.