domingo, 26 de agosto de 2012

Así se diseña La Vuelta: Condenados a innovar

Quebraderos de cabeza, diseños, rediseños, cambios de planes… para cumplir con sueños e ilusiones resumidos en 23 días en los que se disputan 21 etapas, eso es la ronda. Más de tres mil kilómetros - 3.360 en esta edición- para generar un espectáculo atractivo que la mantenga como una de las grandes del ciclismo.

La Vuelta a España, como todas las carreras ciclistas profesionales en mayor o menor medida, es más que una competición. «Al final no es solo un evento deportivo. Es un gran canal de comunicación, un símbolo y un signo de primer nivel», asegura su director general, Javier Guillén, pero una pregunta que se hacen muchos es cómo se planifica una prueba así. «Influyen muchos aspectos», responde con contundencia su máximo responsable.

Las previsiones, en muchas ocasiones, no coinciden con el resultado final. A un año vista, lo único seguro es el punto de partida y el de llegada, «y a partir de ahí vamos planificando las etapas siguiendo intereses deportivos y también económicos», comentaron, en una de sus numerosas visitas a Pontevedra, Abraham Olano y Paco Giner, directores deportivos de la ronda española.

Compaginar todos los aspectos es el objetivo final, pero hay un tercer aspecto tan importante -en ocasiones más- que es el logístico, porque no todos los lugares reúnen las condiciones mínimas necesarias para instalar la llegada de una etapa con todo lo que eso significa, aunque «tratamos de adaptarnos lo mejor posible. Hay diferentes planificaciones», explica Pedro Lezaun, director de producción de la Vuelta a España y verdadero artífice de la puesta en escena de la ronda. Un claro ejemplo de ello fue la meta de la etapa del pasado sábado, que concluyó en la Collada de la Gallina (Andorra), probablemente junto a Cuitunigru uno de los finales más complejos.
La producción de meta fue totalmente diferente a la de otras etapas porque «hasta arriba no podían subir los camiones», asegura una fuente de Unipublic, empresa organizadora de la Vuelta a España, e incluso se tuvo que instalar a cuatro kilómetros de la cima por cuestiones logísticas.

Una de las circunstancias que hace especial a la Vuelta es la geografía española. La dimensión de nuestro país hace imposible que en cada edición se puedan visitar todas las regiones, por lo que hay que seleccionar. «Dado que somos de todos, debemos acercarnos a todos, y en esto no hay que ser ni perezosos ni conservadores. Hay que tener claro que tenemos que llegar al público y que debemos hacerlo nosotros, y eso obliga a hacer los esfuerzos que tengamos que hacer en el recorrido», asegura Javier Guillén, que resume de esta manera la filosofía que impera en los últimos años en la organización de la ronda española.

Una vez decidido el punto de partida, y teniendo en cuenta que el final es en Madrid, se comienza la planificación, incluyendo todos los condicionantes. Uno de los más importante son las etapas de montaña, y en ese aspecto desempeña un papel crucial Asturias «por sus montañas, tanto por calidad como por cantidad», reconoce Javier Guillén. No en vano dos de los colosos montañosos de la ronda son Lagos de Covadonga y El Angliru, que están ya en la leyenda del ciclismo mundial, especialmente el segundo, a pesar de que no fue hasta poco más de una década cuando empezó a subirse.

Otro aspecto determinante es el tercer fin de semana. «Es crucial para nosotros», se le escucha decir habitualmente al director de la ronda. Una vez puesta en marcha la carrera, y a la espera del desenlace en las calles de Madrid, ese fin de semana –en ciclismo ese concepto también se lleva al viernes o al lunes- es determinante para colocar en él etapas de montaña «por cuestiones deportivas y de público», explica Guillén, que tiene muy claro que un aspecto importante «es acceder al mayor número de poblaciones posibles, porque donde están ellas está la gente y ahí tiene que estar la Vuelta».

La edición de este año es un claro ejemplo del esfuerzo logístico que significa la Vuelta y las características de España. Confirmada que la salida sería en Pamplona, y teniendo en cuenta que era positivo repetir en el País Vasco, Asturias y Galicia y con el compromiso de regresar a Andorra y Barcelona, se diseñó un recorrido peculiar, ya que la ronda solamente transcurre por el Norte de nuestro país, incluyendo un traslado largo desde Barcelona a Pontevedra, realizado ayer.

Otra de las características de la Vuelta en los últimos años ha sido la innovación. «Tenemos un modelo que funciona, pero al mismo tiempo es muy exigente porque nos obliga a estar permanentemente haciendo propuestas», explica Guillén. «El riesgo en el recorrido está en buscar nuevos lugares que combinan el paisaje con el espectáculo deportivo, pero no a cualquier precio. Sé que arriesgamos, pero todo va muy medido porque hay dos cuestiones determinantes: la seguridad del ciclista, que nunca se pone en entredicho, y la calidad de la carrera», señalan desde Unipublic. De ese concepto han salido finales como la de la Bola del Mundo, El Escorial, Valdepeñas de Jaén o este año Ézaro (Dumbría), cuya meta es compleja, pero «seguro que valdrá la pena», sentencia Javier Guillén.

Hay un dato que revela la mentalidad nueva, ya que en esta edición ocho de las 21 finales son inéditos: Viana, Alcañiz-Motorland Aragón, Andorra-Collada de la Gallina, Sanxenxo, Dumbría-Mirador de Ézaro, Puerto de Ancares, Cuitunigru-Valgrande-Pajares, Fuente Dé y La Lastrilla. No detenerse para no caerse es la filosofía de una prueba que va rompiendo moldes, ya que este año hay diez metas en alto. En los últimos años ha salido desde el extranjero, de noche (2010 en Sevilla) o desde una playa (2011 en Benidorm).

Innovaciones, riesgos, finales explosivos… componen el menú de una Vuelta condenada a regenerarse constantemente para sobrevivir. «Nosotros únicamente podemos potenciar lo que depende de nosotros y de nosotros depende el recorrido, con eso atraemos gente y buena participación», comenta la cabeza visible de una carrera que, respetando el pasado, se está garantizando el futuro.

Támara Echegoyen, cuando no vale rendirse

Gracias a su constancia, la pontevedresa se ha convertido en la mejor regatista de la historia de la vela de Galicia

Rendirse no está en el diccionario particular de una regatista que nació en la única provincia gallega sin mar (Ourense), pero que muy de niña se trasladó junto a su familia a Pontevedra, donde vive a caballo con Cotobade, donde los suyos tienen una casa.  Constancia y objetivos son otras dos palabras que figuran en rojo en su libreta. Lo segundo lo hace para establecerse metas y lo primero para trabajar sin bajar brazos. «No para hasta que logra lo que se propone», aseguraba una amiga suya en el que, seguro, ha sido el día más importante de su carrera deportiva, el pasado 11 de agosto, cuando se colgó la medalla de oro de la clase match race en los Juegos de la XXX Olimpiada.

El primer contacto de Támara Echegoyen con la vela se produjo en Sanxenxo con tan solo cinco años, aunque a nivel de competición comenzó un poco más tarde, cuando sus padres la inscribieron en la escuela del Real Club de Mar de Aguete, en la que estaba su hermano, que participaba en pruebas de la clase Cadete y que tuvo que abandonar por culpa de su tamaño.

Como cualquiera que empieza tuvo su primer contacto con un barco con un Optimist, pero la pontevedresa es un producto puro de la clase más exitosa de la vela gallega, la Vaurien, en la que mantuvo una trayectoria cargada de victorias. Logró importantes éxitos, ya que se proclamó tricampeona mundial (2001, 2002 y 2005) y bicampeona de Europa (2000 y 2004). Sin embargo, ha regateado en todo tipo de categorías, entre ellas la de Platú 25, en la que fue cuarta en el Mundial de 2008 y subcampeona ibérica en 2007 y 2009.

Licenciada en INEF, empezó a navegar en Optimist y Cadete y luego llegó al Vaurien, que para ella «fue mi rampa para las clases olímpicas. La campaña de Pekín la empecé en Laser Radial, pero luego decidí pasar al 470», explica alguien que cuando se quedó fuera de la cita china reconoció que se había llevado un palo muy duro.

Participar en unos Juegos siempre era una ilusión, pero Echegoyen no se conformaba con ello porque desde el día que garantizó su presencia en Londres dejó claro que su siguiente objetivo era una medalla. Como casi todo en su vida, le costó conseguir su sueño. En la primera ocasión, el destino le jugó una mala pasada, porque tras acariciar la opción de estar en Pekín, finalmente se quedó fuera del equipo. Fue en 2006 cuando dio el salto a la vela olímpica, porque fue incluida en la preselección española para preparar los Juegos de 2008 en la clase 470, aunque finalmente perdió la elección. Ese día se propuso un reto: ir a unos Juegos para conseguir medalla. Cuatro años después hizo realidad ese sueño, aunque antes tuvo que recorrer un tortuoso camino.

Con una medalla de oro olímpica colgada del cuello ya piensa en el futuro, porque una vez más tiene que superar obstáculos. La ISAF ha decidido excluir del programa de los Juegos el match race y cualquier regatista con un éxito tan importante en el palmarés se dedicaría a otra cosa, pero ella no, porque la palabra rendirse no existe para ella. Su destino es el de luchar hasta el límite para hacer realidad su sueño.

lunes, 20 de agosto de 2012

El mar acabó con su sueño

El mundo se emocionó con una niña de 17 años que en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 entró a más de diez segundos de la ganadora de su serie de los 200 metros; una diferencia abismal, pero era lo menos importante porque Samia Yusuf Omar demostró el verdadero espíritu olímpico.

Los Juegos son la mayor expresión de igualdad y fraternidad además del principal acontecimiento deportivo. Por mucho que cambien los tiempos, en la vida, como en el deporte, el mayor éxito no está en la victoria sino en la capacidad del ser humano para hacer frente a todos sus retos. En la cita de los cinco aros todo es posible. Son tan importantes las hazañas de Michael Phelps como el afán de superación de aquellos que luchan contra su destino.

Samia Yusuf Omar no pudo repetir su participación en Londres pues murió en el intento de llegar en una patera a las costas italianas, hacia donde había embarcado días antes desde Libia buscando una nueva vida, pero nunca terminó su travesía.

El mediofondista somalí Abdi Bile, medalla de oro en los 1.500 metros en el Mundial de atletismo de Roma, en 1987, fue el encargado de contar a la prensa durante una reunión del Comité Olímpico Nacional de Somalia qué había sido de aquella chica de 17 años que conmovió al público del estadio Olímpico del Nido de Pekín, en donde vivió una «experiencia bellísima», según las palabras de la atleta que había portado la bandera de su país en el desfile inaugural de los Juegos de la XXIX Olimpiada.

Al regresar a Mogadiscio y pese a todas las dificultades siguió entrenándose duramente en el destartalado estadio olímpico de la capital somalí para poder volver a participar en unos nuevos Juegos Olímpicos, por ello este verano se embarcó en una patera para intentar llegar a Italia y seguir su carrera deportiva ante la falta de fondos de su país.

El entrenador de Sami, Mustafa Abdelaziz, confirmó al ‘Corriere della Sera’ que la atleta se embarcó este verano en una patera para intentar llegar a Italia y seguir su carrera deportiva ante la falta de fondos de su país.

Su madre vendió incluso un pequeño terreno para financiar su viaje y que pudiera así cumplir su sueño y tener una vida alejada de las guerras y la precariedad.

«Los supervivientes de ese viaje comunicaron la lista de las personas que habían fallecido durante la travesía y allí estaba su nombre (...). Nos quedamos helados. Sabíamos que el viaje hacia Occidente es peligroso, pero no nos podíamos imaginar que ella sería una de sus víctimas», dijo Abdelaziz a los medios italianos.
Samia nació en 1991. Era la mayor de seis hermanos, hija de una vendedora de frutas y su padre murió en uno de las múltiples conflictos que se viven en el país.

Su amor por el deporte la llevó a practicar atletismo, pero también natación y baloncesto. En mayo de 2008, Samia se coronó campeona africana de los 100 metros y con solo 17 años desembarcaba en Pekín para hacerse abanderada del lema del barón Pierre de Coubertin, lo importante no es ganar sino participar. El mar Mediterráneo acabó con todos sus sueños.

Pequeños tesoros

Las hazañas de Michael Phelps o las de Usain Bolt poco les importa porque ellos, los coleccionistas, no entrarán en ninguna instalación deportiva. Su tarea está fuera del parque olímpico, en las inmediaciones de las diferentes puertas dependiendo de cual sea el objetivo.
Ellos son los coleccionistas de pins o mejor dicho, de joyas. Para muchos son una chapa metálica decorada en mayor o menor medida. Sin embargo para ellos es el argumento principal de un hobbie. En estos Juegos de la XXX Olimpiada hay casi medio centenar procedentes de países de todos los continentes, la mayoría de ellos están en los aledaños de la zona de acceso de la prensa porque «es donde hay la posibilidad de más intercambio. Los periodistas son los que tienen pins», asegura Frederic Garriga.

La colocación también es importante. En Londres hay dos lugares estratégicos. Uno de ellos es al lado de la estación internacional de trenes de Stratford porque por allí pasan los periodistas y también los deportistas. Los coleccionistas de pins relacionados con los patrocinadores están en el otro extremo del Parque Olímpico, en concreto cerca de la entrada principal.

Frederic Garriga es un barcelonés que en la capital británica está viviendo su novena cita olímpica porque ha estado en todas las de verano desde Barcelona 92 (Atlanta, Sidney, Atenas y Pekín) y en cuatro de invierno. Fue en su ciudad natal donde descubrió esta pasión, que le ha llevado a recorrer el mundo, en ocasiones, como en la actual, acompañado por su mujer. «Yo coleccionaba antes monedas, sellos… y en los Juegos del 92 descubrí los pins y me apasionaron». Así comenzó un hobbie que le ha hecho descubrir ciudades.

Entre los coleccionistas los objetivos son diferentes. No buscan todos los pins, sino que se reparten por categorías. «Yo persigo los relacionados con comités olímpicos y medios de información», explica Antonio Papió, un andorrano que durante muchos años vivió en la ciudad Condal. La selección se debe a «que no puedes centrarte en todo, porque no harías una buena colección», explica para hacer hincapié en que «en mi caso trato de hacer una buena colección, que no tiene porque tener relación con la cantidad».

Existe de todo, pero la mayoría de los coleccionistas buscan la especialización. «Es más importante la calidad que la cantidad», comenta Frederic. «Yo no tengo ningún problema en dar un elevado número por uno en concreto. Siempre buscas uno muy especial; uno determinado, que te cueste conseguirlo».

¿Cuál es el deseado? La respuesta es unánime por parte de todos. «El que no tienes», pero después del comentario contundente la explicación es más concreta: «Hay pins que sabes que son muy difíciles. En mi caso, que busco de comités, aquellos de los países que traen pocos deportistas porque significa que tienen pocos, por lo tanto hay una mayor complejidad a la hora de conseguirlos», comenta Papió mientras atiende a las personas que se acercan hasta su pequeño puesto, que consiste en una serie de láminas expuestas en la acera.

Muchos de los que se aproximan son curiosos y otros que cambian por cambiar, pero también hay la complicidad. «Existen personas que te ven un día, que hablan contigo y después se acercan a junto tuya para traer algunos pins que han conseguido», explica Pablo que es un madrileño que hace unos años se introdujo en esta pasión.

domingo, 19 de agosto de 2012

Donde nació la deportividad

No fue ni Pier Coubertain ni tampoco en ningún estadio donde se escuchó por primera vez que lo importante es participar. Fue en la catedral de Saint Paul, que ayer fue testigo de la maratón femenina, donde un sacerdote pronunció esa máxima


Hay frases que son atribuidas a una persona aunque ella no fuera quien la pronunciara por primera vez, pero es quien le ha dado eternidad. Una de las máximas más conocidas del mundo, y no solamente en el deportivo, es la que se atribuye a Pier de Cubertain, el hombre que hace más de un siglo recuperó el olimpismo. «Lo importante no es ganar sino participar». Cuántas veces la hemos escuchado y siempre se apostilla, como dijo Pier de Coubertain

Pero no fue el barón francés quien la dijo por primera vez, aunque sí fue el que la popularizó. Todo comenzó en la Catedral de Saint Paul de Londres, que ayer 104 años después fue testigo directo del transcurrir de las atletas en una de las pruebas más legendarias del calendario olímpico, la maratón. Mientras Alesandra Aguilar, Vanesa Veiga y compañía sufrían los más de 42 kilómetros, los feligreses asistían al oficio más importante del domingo, el de las 11.30 horas, sin saber que entre aquellas paredes, el arzobispo de Pensilvania, Monseñor Ethelbert Talbot, pronunció una frase que pasaría a la eternidad.

«En estos Juegos, más que ganar lo importantes es participar, como en la vida es más trascendente la manera de luchar que la victoria que se pueda conseguir» dijo en su sermón del 17 de junio de 1908, la víspera de la jornada inaugural de los Juegos de la IV Olimpiada. «Creía que la frase era de Coubertain», explica Pedro, un argentino que junto a su mujer y su hijo se han venido desde Buenos Aires a Londres para presenciar los Juegos, «y por ser domingo queríamos ir a misa, y pensamos que la catedral era un buen lugar».

Ayer el dean de la catedral, que fue el encargado de oficiar la ceremonia, no animó a la participación en su sermón, pero sí que habló del espíritu de superación de los deportistas que toman parte en unos los Juegos, que ha contagiado de un sentimiento especial a Londres. Pier de Coubertain, que asistió a aquella ceremonia quedó asombrado por la frase. Como pedagogo le impresionó y dos semanas más tarde la pronunció, haciendo una primera adaptación en la cena con la que se cerraban los Juegos de Londres 1908.

El barón dijo hace 104 años que «lo importante es participar, más que vencer», aunque terminó diciendo la frase que pasaría a la eternidad: «Lo importante no es ganar sino participar». No era la primera vez que se apelaba a la participación porque el lema de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna tuvieron el lema de que «lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien».

Los Juegos son la mayor expresión de igualdad y fraternidad independientemente del principal acontecimiento deportivo, y un auténtico fenómeno económico. Se trata de una cita especial, mágica, irrepetible para la gran mayoría. Llegar hasta aquí es un premio para casi todos tras cuatro años de duro trabajo. Quien no ha estado en unos Juegos no sabe lo que significa, dicen algunos. En los Juegos todos nos volvemos iguales, dicen otros.

Por mucho que cambien los tiempos, en la vida, como en el deporte, el mayor éxito no está en la victoria sino en la capacidad del ser humano para hacer frente a todos sus retos. En los Juegos todo es posible. Los ejemplos en Londres, desde que un país como Arabia Saudí cuente con mujeres en su expedición por primera vez, hasta que un atleta sin piernas como Oscar Pistorius sea capaz de competir al más alto nivel gracias a sus prótesis de fibra de carbono.

Más de un siglo después, el espíritu de la frase del Monseñor Ethelbert Talbot sigue firme porque ahí reside toda la grandeza de este acontecimiento que rompe cualquier frontera.
En los Juegos son tan importantes las hazañas de Michael Phelps como el afán de superación de Eric Moussambani, aquel joven nadador guineano que en Sidney asombró al mundo al tratar de terminar la prueba mientras intentaba no ahogarse, o la imagen del británico Derek Redmond cruzando la meta de los 400 metros lisos de Barcelona 92, ayudado por su padre después de haberse lesionado.

En Saint Paul no hay nada que recuerde el acontecimiento. Solamente sus cimientos saben que allí nació el sentimiento de la deportividad. Paulo, un brasileño que trabaja en la catedral, y que estudió dos años en Santiago de Compostela, reconoce desconocer que fue allí donde se pronunció la famosa frase. Solamente la eternidad sabe que fue en Saint Paul, que ayer asistía en silencio -solamente lo rompía a veces el repicar de las campanas y el ánimo del público al sufrimiento de las maratonianas, donde nació el espíritu de la deportividad.

El lugar de las tradiciones


Cuando el visitante lleva tan solo un minuto en el All England Club se da cuenta de por qué todos los tenistas sueñan con jugar alguna vez allí. Su magia hace que disputar un partido en su pista sea algo inolvidable y ganar Wimbledon signifique entrar en la leyenda.Es la tradición en estado puro

Los ingleses tienen a su reina, la quieren y por ello cantan a Dios para que la salve. También tienen a Wimbledon. Nadie canta que Dios lo salve, no es necesario, porque si no pudieron con él las bombas de las fuerzas aéreas alemanas ya nadie podrá.


Este rodillo fue el culpable del nacimiento de Wimbledon

Wimbledon es Wimbledon. No hay nada igual. Es una mezcla de túnel del tiempo y consolidación en la modernidad, pero en él la tradición es lo más preciado. Todo se rige por ella. NI si quiera las duras normas olímpicas han podido con él, no en vano los organizadores han tenido que cambiar los colores corporativos porque los que se imponen aquí son el verde y el púrpura. Lo único diferente en los Juegos es que cada tenista viste con los colores de su país, saltándose así la exigencia del tercer Grand Slam del año de usar vestimenta blanca.

Aunque es agosto, Wimbledon sigue teniendo un aroma especial. Es la catedral del tenis, el lugar de peregrinación. «Ayer cuando entré por primera vez, un escalofrío recorrió mi cuerpo», comenta Juan, que es un valenciano que, acompañado de su esposa, está estos días en Londres para ver el torneo de tenis de los Juegos. Por segunda vez en su historia el All England Club ha abierto sus puertas al torneo de tenis de los Juegos Olímpicos. Hace 64 años también fue escenario de esta competición cuando Londres acogió la edición de 1948. En esta ocasión, Londres ha querido combinar instalaciones nuevas y modernas con escenarios míticos, por ello los últimos partidos de fútbol serán en Wembley, el triatlón en Hyder Park y el voley playa en las inmediaciones de Buckingham Palace.

El tenis no podía tener otro escenario, Wimbledon. Un paseo por él es altamente recomendable. La pista central, conocida como la Centre Court, lo preside todo. Solamente le hace un poco de sombra la número uno, de semejanza parecida, pero la central es la central porque en ella se han disputado algunos de los partidos más legendarios del mundo.

Alrededor de la pista está el recuerdo de la historia. El visitante se encuentra en uno de los laterales con el busto de cinco ganadores del torneo, pero el que tiene un lugar preferente es FJ Perry, que cuenta con una estatua para conmemorar sus tres victorias consecutivas en la década de los treinta del siglo pasado. No faltan los paneles donde figuran los nombres de los ganadores de un torneo que, hasta en su estructura, es diferente al resto de grandes.

Se desarrolla en 15 días que integran tres fines de semanas, igual que el resto de grandes; sin embargo, no hay partidos en el segundo domingo que se conoce como el ‘Middle Sunday’ (domingo del medio). Se respira tenis por todas las esquinas porque es tan emocionante ver un partido en una de sus pistas como hacerlo en el jardín que preside una gran pantalla de televisión. En muchas ocasiones en la pista número uno se escuchan las exclamaciones que vienen del exterior.

Wimbledon sabe que no necesita de nadie, por ello ha impuesto sus propias normas a los organizadores de los Juegos. Solo ofrece siete pistas de entrenamiento, que deben acomodarse a las solicitudes de los cerca de 200 participantes olímpicos. Ha sido inflexible el All England, que no ha accedido a ofrecer las de sus socios, a pesar de que están desocupadas durante casi todo el día. Con problemas o sin ellos, los Juegos agrandan su leyenda con escenarios como el All England Club, en el que el tenis adquiere una dimensión de acontecimiento social histórico.

Sin fresas
Puede parecer algo snob, pero en realidad la costumbre es tan antigua como el propio torneo, que arrancó en 1877. La abolición cuatro años antes del impuesto sobre el azúcar extendió el cultivo de fresas, para consumo directo o en mermelada, y popularizó socialmente esa fruta. El hecho de que su temporada natural en el sur de Inglaterra comienza en junio, coincidiendo con la cita de Wimbledon, propició un perfecto maridaje.
Otra de las diferencias de los Juegos con el torneo es que en estos días no hay fresas, ya que las huertas de Kent, donde se recogen el día anterior durante la competición, no tienen. Durante el Grand Slam se venden en un pequeño recipiente, no propiamente con nata montada,  sino regadas con doble crema de leche. A lo largo de las dos semanas del torneo se sirven unos 27.000 kilos de fresas y 7.000 litros de nata.