lunes, 22 de octubre de 2012

Los sueños no se tocan

Lance es culpable. Ya no hay vuelta atrás. El informe de la Usada es tan demoledor que a la UCI no le ha quedado más remedio que dictar sentencia o, a lo mejor, es que lo estaba deseando. Con toda su fuerza ha caído sobre el ciclista americano para no dejar ninguna duda sobre su posible implicación en todo el caso, probablemente eso es lo que piensen sus dirigentes, pero no el resto de mortales. Pat McQuaid ha dejado claro que para él, ahora, el americano es un mentiroso, sin embargo, hace algún tiempo –cuando la sospecha también acuciaba al excorredor- no tuvo problemas en aceptar una cuantiosa donación por parte de su fundación.

El derrumbe del americano es la demostración de que el sistema antidopaje y directivo del ciclismo mundial no solamente no funciona, sino que está corrupto. Si es verdad, no cabe la opción de la duda, todas las acusaciones sobre el americano también está manchada la UCI. Una vez más, un caso de dopaje, en esta ocasión es todavía más complejo, empieza y termina en el ciclista, cuando realmente lo que está en entredicho es absolutamente todo el sistema.

Lance Armstrong no ha dado positivo ni una sola vez, sin embargo sí lo han hecho algunos de sus principales lugartenientes, que ahora se han transformado en delatores, eso hace pensar mal.

El ciclismo necesita una absoluta regeneración. Hoy es Lance, ayer fue Ullrich, anteayer Marco Pantani… y desgraciadamente todo sigue igual. Que siete ediciones del Tour se queden sin ganador no es lo peor. Lo grave es que por culpa de las mentiras de Armstrong y la complicidad de la UCI, uno de los mejores patrocinadores en la historia del ciclismo (Rabobank) se ha marchado.

Lance y la UCI han vuelto a golpear a un deporte, cuya leyenda está fraguada en el esfuerzo; en la superación en los días de sol o en los de tormenta. Esa épica la podrán marchar, pero nunca nos la podrán robar porque solamente pertenece a aquellos que cuando cierran los ojos sus sueños se suben a una bici. Esfuerzo, sudor, constancia… son palabras que siempre estarán ligadas a este deporte por muchos Armstrong que se crucen en el camino.

domingo, 21 de octubre de 2012

El capitán del rugby pontevedrés

Antonio Lemos no solo es más que una leyenda del Mareantes sino el guía espiritual de un deporte

Algunas de las cosas más importantes de la vida suelen suceder en los momentos más inesperados y, en muchas ocasiones, de manera casual. Quién le iba a decir a Antonio Lemos que el día que se encontró a un grupo de chavales camino del campo de A Xunqueira con un balón oval de rugby aquello iba a ser no solamente el inicio de un gran relación sino también de un modus operandi y el nacimiento de un deporte, que fiel a sus raíces románticas, es imprescindible en el día a día de la capital de las Rías Baixas.

Vilagarciano de nacimiento, pontevedrés deportivamente hablando, y ciudadano de España porque, debido primero a sus estudios y posteriormente a su trabajo, ha vivido en numerosos lugares de la geografía española.

Fue en una de sus primeras ‘paradas’ cuando nació en él el gusanillo del rugby. Fue casi una obligación. Se trasladó a Zaragoza a estudiar una carrera universitaria y en aquella facultad el ‘deporte de truhanes’ era imprescindible. Le enseñaron a jugar con aquel balón que no era redondo, pero lo más importante es que le enseñaron una forma de vivir, unos valores a los que se ha mantenido fiel y que ha ido inculcando siempre que ha tenido una mínima oportunidad.

Lemos se enganchó al rugby para toda la vida. La camiseta de aquel equipo zaragozano que competía en la liga aragonesa fue la primera que vistió. Fue el inicio de una larga carrera deportiva totalmente amateur, pero cuando era destinado a otra ciudad lo primero que hacía era averiguar dónde había un club de rugby, por ello militó en el Náutica de Mallorca o en el Filosofía de Madrid con el que llegó a jugar en la División de Honor.

1988 fue un año absolutamente crucial para el rugby gallego y para todos aquellos que formaban su familia. Diferentes excendidos del Universitario de Santiago -cuna de este deporte en nuestra comunidad, aunque no es el club más antiguo- crearon varios equipos. De esa manera nació Os Ingleses de Vilagarcía o el Mareantes de Pontevedra. Fue un habitual de la selección gallega con la que debutó en Cantabria en 1986 y una década después aceptó ser presidente de la federación autonómica durante dos años porque su deporte lo necesitaba.Fue un día de otoño de ese crucial año cuando Lemos iba en coche con su mujer cerca de A Xunqueira y al ver a un grupo de chavales con un oval se detuvo, se bajó del vehículo y le dijo a su esposa que lo recogiera en tres horas, lo siguiente fue acercarse a aquellos chicos para pedirles jugar. Cuando respondieron afirmativamente no sabían que estaban encontrando su guía particular, su capitán eterno; los pilares en los que se cimentarían sus incipientes sueños rugbísticos.

Un cuarto de siglo después, Antonio Lemos Mariño sigue siendo el capitán, no deportivo sino espiritual, del Mareantes, porque hay honores que se ganan con los años que no se pierden cuando uno, por una cuestión de la edad, tiene que retirarse de la primera línea de batalla.

Lemos es el Mareantes y el rugby en una única persona. Fiel a los ideales de un deporte de truhanes jugado por caballeros, porque ganar o perder es secundario cuando por medio está el respeto a una manera de vivir y a unos valores, esos que inculcó a aquellos jóvenes que transformaron el paseo hacia A Xunqueira en el viaje de sus vidas.

lunes, 15 de octubre de 2012

Nacido para ser rey

Alberto González Camba, pese a que se retiró hace 25 años, es el piloto con más títulos de campeón autonómico de montaña.

La pasión por la velocidad y la gasolina le viene de familia. Hace un par de años recordaba con añoranza que su padre había competido en numerosas gincanas de motos y, como cualquier otro niño, comenzó a tomar como referencia todo lo que hacía su progenitor. Pese a eso, inicialmente encontró el rechazo de los suyos a que se dedicara al automovilismo por una cuestión de seguridad y, por lo tanto, de proteccionismo, aunque posteriormente fueron sus primeros seguidores cuando este pontevedrés de adopción comenzó a hacerse un nombre en el motor gallego.

Hace ya un cuarto de siglo que sus coches dejaron de rugir; sin embargo, nadie olvida las hazañas de Alberto González Camba, que llegó a ser todo un mito en el automovilismo gallego, del que ahora es una leyenda. A pesar de que han pasado 25 años desde su retirada sigue siendo el piloto gallego de montaña que tiene mejor palmarés gracias a sus siete títulos en el Campeonato Autonómico y sus 77 triunfos parciales, aunque también fue una vez subcampeón regional de la combinada rally-montaña.

Su inmenso palmarés lo adornan victorias en las subidas de montaña más prestigiosas de España en una época en la que estas pruebas eran un auténtico acontecimiento. Cabe recordar las miles de personas que edición tras edición presenciaban citas como la de Almofrei.

‘Alberto González Camba, uno de los pilotos más prometedores de España’, rezaba una revista especializada de la época o ‘Alberto González Camba, unha luz no neboeiro’, titulaba un periódico portugués después de verlo ganar en tierras lusas con su pilotaje descarado. Son publicaciones que reflejan la trascendencia de un campeón artesanal, porque no solamente se dedicaba a conducir con maestría su coche, sino que en muchas ocasiones era su propio mecánico.

Su leyenda la forjó cuando las carreteras se elevaban; sin embargo, también destacó en los rallys. Curiosamente, la primera competición automovilística en la que tomó parte fue uno de ellos, el Rías Bajas, a los mandos de un Alpine 1800 con el desaparecido Manolo Ardao como copiloto. Aunque participó en numerosas carreras de esa modalidad, realmente lo que más le gustaba era la subida porque «era otra manera de pilotar», recuerda con emoción.

González Camba arrasó allá por donde pasó. Ganó subidas en todos los rincones de Galicia, desde Almofrei hasta Verín. Acumula récords que difícilmente se igualarán y momentos inolvidables. La subida a Manzaneda la ganó en dos ocasiones en categorías diferentes, primero con un Alpine y posteriormente con un fórmula con la carretera llena de nieve. Unas condiciones imposibles para un coche de esas características; sin embargo, no solamente terminó, sino que lo hizo en primera posición, poniendo ruedas de agua y quitándole el morro al coche para que no golpease contra el suelo.

Su trayectoria triunfal comenzó en mayo de 1976 con un Fórmula Hispacar 1430 en la subida lucense a O Veral. Fueron doce años de triunfos. Cuando se pregunta por él a alguno de los que fueron sus rivales, estos reconocen que «lo suyo llegó a ser como lo de Schumacher». Su fama fue tal que hubo una época en la que pilotos de otras regiones españolas venían a Galicia para poder medirse a él. Otro de los triunfos que recuerda con más cariño es el conseguido en la ‘Rampa de Falperra’, en Braga, que era uno de las más importantes del calendario internacional y en la actualidad es puntuable para la Copa de Europa.

Tantos kilómetros y horas de coche por las viejas carreteras para competir unos pocos minutos acabaron con la paciencia del rey de la montaña. Los incentivos podían estar fuera, pero no había dinero porque los presupuestos se disparaban.

Las diferencias mecánicas de su era con la actualidad eran inmensas. Los coches eran copias de los Fórmula 1, pero de cuando competía Jim Clark, en los años 60. Eso no impidió que 25 años después nadie le haya superado.

Una gran mentira

A muchos, la semana pasada, se les cayó un mito como consecuencia del detallado y severo informe de la Usada sobre las supuestas prácticas dopantes de Lance Armstrong, debido a la confesión de los que han sido sus compañeros y cómplices cuando el americano arrasaba en el Tour de Francia.

Aquellos que ahora delatan al exciclista se hicieron millonarios con él. Durante más de un lustro impusieron una dictadura en el pelotón internacional. Lance fue el amo del ciclismo. Él era el que decidía el que ganaba o no. Cuando se escapaba alguno que no le gustaba daba orden de cazarlo y cuando alguien se salía de su redil lo ataca publicamente como con Alberto Contador en una París-Niza. Su palmarés le hacía pensar que estaba en el derecho de hacerlo.

Ahora sus cómplices hablan, pero ninguno devuelve el dinero que han ganado a cuenta del americano, que como parte de su estrategia siempre tuvo contentos a los suyos. Supo rodearse de una Guardia Pretoriana -algunos como los españoles le siguen siendo fiel- que lo aislaba de los demás. Fue el gran capo.

El americano no me gustaba, independientemente de que ahora se demuestre que lo suyo, a nivel ciclista, era una gran mentira. No estoy de acuerdo con su manera de correr porque le hizo un gran daño al ciclismo. Lance no fue el mejor corredor del mundo; como mucho el que más veces ha ganado el Tour de Francia, pero sus calendarios están ahí.

Se especializó en una prueba -la más importante- y eso obligó a que sus rivales también lo hicieran. Induráin, Anquetil o Merck fueron más grandes que él, incluso Bugno o Chiapucci a pesar de que nunca conquistaron el Tour de Francia.

Los delatores se han preocupado de pactar con la Usada su tranquilidad, tanto los que ya se han retirado como aquellos que están en activo y que se aseguraron poder correr el último Tour de Francia.

La foto de una época

FRED McCULLIN dijo una vez que «la fotografía no puede cambiar la realidad, pero sí puede mostrarla». Existen imágenes que reflejan una época y marcan a una generación o, mejor dicho, a generaciones, porque da igual la edad de los que la contemplan.

Y si una imagen vale más que mil palabras, hubo una hace 29 años que no necesitaba explicación. Hace diez días la muerte de Erhard Wunderlich sorprendió a todos. A los que tienen menos de 30 años probablemente su nombre no les diga nada, pero a los de más de 30 sí, porque el alemán no solamente fue uno de los mejores jugadores de la historia del balonmano mundial, sino también el primer gran extranjero que recaló en la liga española.

El lateral germano era toda una leyenda en su país y el FC Barcelona, que por aquella época vivía a la sombra del Atlético de Madrid, se hizo con sus servicios gracias a que le firmó un contrato extraordinario para aquel entonces: 25 millones de pesetas (150.000 euros) por cada una de las cuatro temporadas por las que fichó procedente del potentísimo Gummerbarch, aunque solamente estuvo una (83-84) debido a su carácter.

Prácticamente al mismo tiempo que el club azulgrana anunciaba la contratación de la estrella germana, la Sociedad Deportiva Teucro lograba un heroico segundo ascenso a la División de Honor (ahora Liga Asobal) de su historia. Con un equipo formado por jugadores pontevedreses y entrenado por Julio Latas, con Toño Puga como preparador físico, se codeó con los grandes.

El balonmano en aquel entonces era un acontecimiento de masas en Pontevedra. Cada partido era una verdadera fiesta y, pese a los resultados negativos en la máxima categoría, la afición nunca dio la espalda al equipo azul. Todos los encuentros en el Municipal fueron citas excepcionales, pero hubo dos visitas muy recordadas: la del Atlético de Madrid –esa temporada ganó la liga- y la del FC Barcelona, que en ese ejercicio conquistó su primera Recopa.


La visita del FC Barcelona, en la séptima jornada, fue todo un acontecimiento. Provocó la que está considerada como la mejor entrada en un partido del Teucro, con más de seis mil personas en el Municipal, y dejó para la posteridad una imagen que es más que una simple fotografía. Representa la hazaña de un humilde grupo de jugadores que fue capaz de llegar a la élite y codearse con los mejores. El Teucro tenía de presupuesto (once millones de las antiguas pesetas) menos de la mitad de lo que el
Barça le pagaba a Wunderlich. Toda esa campaña fue una lucha entre David y Goliat.

Al final del partido el legendario ‘Rafa hijo’ fotografió para la eternidad al extremo teucrista Miguel Pérez, conocido deportivamente como Pucho, con la estrella alemana: el 1.68 y medio del pontevedrés contra el 2.04 del germano, que no solamente destacaba por sus cualidades como jugador sino también por su aspecto físico. Sin embargo, esa imagen comenzó a fraguarse la noche anterior en un conocido bar de la calle Sarmiento llamado el ‘Golpe’, que era el templo del barcelonismo, aunque cuando el conjunto azulgrana perdía los que más acudían allí eran los madridistas.

«En aquella época íbamos bastante al ‘Golpe’ y también al Entroido porque Tomás, que era su dueño, era nuestro delegado. Ese día fuimos por allí y nos encontramos al entrenador del Barça, a Roca (Miguel), a algunos directivos y también a algunos jugadores, entre los que estaba Wunderlich. Nos presentaron y hablamos un rato. Manolo, que era el dueño del Golpe, era un acérrimo del  Barça y también estaba Rafa el fotógrafo, por lo que quedamos que al día siguiente nos haríamos una foto», recuerda con añoranza Miguel Pérez.

Ambos cumplieron con su palabra tras el partido en el que ‘Pucho’, pese a su estatura con respecto al alemán, le hizo una mixta extraordinaria en una segunda parte muy recordada porque el parcial fue de 17-18, mientras que al descanso se llegó con un contundente 7-19. «La foto se hizo en los vestuarios, por eso el alemán está sin zapatillas», explica el exteucrista.

La fotografía –de la que solamente hay dos copias- fue ampliada y presidió el Bar Golpe hasta su cierre –ahora hay en el local un kebab-. Desde allí contempló el paso del tiempo, viendo cómo muchos se detenían delante de ella a la vez que reseteaban su memoria para revivir los momentos en los que unos guerreros vestidos de azul luchaban contra todo, independientemente del tamaño.

La imagen -está de actualidad esto días por la muerte de uno de sus protagonistas- es más que dos jugadores posando después de la ‘batalla’, es el reflejo de una época, testigo silencioso con el que crecieron muchas generaciones de pontevedreses.

domingo, 7 de octubre de 2012

Un triunfo de Alejandro Blanco

A estas alturas de la película está bastante claro que en la elección de la sede de unos Juegos Olímpicos poco o nada importa el porcentaje de realización del proyecto o la candidatura. En 2005 fue elegida Londres con una idea virtual y algo semejante sucedió en 2009 con Río de Janeiro, que jugó la baza del sentimiento.

Cuando fue la elección de la capital británica, Sebastián Coe desempeñó un papel determinante. Las 24 horas anteriores al día de al elección fueron claves.

Madrid juega su baza. Aprendió la lección. Ha puesto al frente de sus ilusiones a un hombre del olimpismo, que habla de tú a tú con el resto de presidentes de comités nacionales y con los miembros del COI. Es una cuestión de convencerlos, existe un altísimo porcentaje de juego político y de lobby. El poder hispano va en aumento o, mejor dicho, su situación ha mejorado.

Estos días se produjo una noticia que ha pasado desapercibida, pero que probablemente sea clave en el lenguaje olímpico. Europa va a dejar de ser el único continente que no tiene unos juegos deportivos propios. Un viejo proyecto se hace realidad y el culpable es el presidente del COE, Alejandro Blanco, que es el que más ha trabajado por el mismo. Es un triunfo doble porque Blanco no solamente ha sacado adelante el proyecto, sino que ha conseguido que la primera sede sea Azerbaiyán, lo que significa ganarse el favor de ese país y de una zona clave, teniendo en cuenta que una de las rivales de Madrid es Estambul.

Dentro de once meses en Buenos Aires –sede de la asamblea del COI en la que se decidirá la sede olímpica de 2020- podrá suceder cualquier cosa, pero por ahora España, con Alejandro Blanco al frente, está jugando perfectamente un partido clave para nuestro país, porque acoger los Juegos significa un impulso económico brutal, un mensaje de confianza extraordinario y rentabilizar una inversión ya realizada.

La treboada perfecta

La gimnasia en Pontevedra sería imposible de entender sin la figura de alguien que en los años 80 se enamoró de la ciudad del Lérez.

La vida está llena de casualidades, aseguran, aunque realmente muchas de las cosas que se definen así son buscadas. Pequeños detalles adquieren una trascendencia absoluta con el paso del tiempo. En esta definición encaja este madrileño de nacimiento que se enamoró de la gimnasia, como muchos de su generación, gracias a Joaquín Blume, un genio al que un accidente aéreo le arrebató un extraordinario palmarés, pero no la eternidad.

Pablo Hinójar, su alumno aventajado y continuador de su trabajo, dejó para la posteridad una elocuente frase que explica perfectamente la transcendencia que tuvo para la mayoría de los deportistas que Paco Sáez se cruzara en sus caminos. «Nos cambió la vida», dijo. Pese a la trascendencia de las palabras, su mayor relevancia no radica en las letras, sino en la forma y desde donde las dijo. No fueron pronunciadas por la boca, sino desde el lugar en el que se construyen los sentimientos y se forjan los cariños y el respeto: el corazón.

La historia comenzó hace algo más de 25 años cuando este madrileño de nacimiento y de crianza hasta ese momento, se enamoró, junto a su mujer, de la Ría de Pontevedra la primera vez que la vio, allá por 1986 cuando, ejerciendo sus profesiones de profesores, participaron en un campamento de verano en el que ahora es el colegio Abrente de Portonovo. Regresaron al año siguiente y al siguiente, hasta que en 1989 surgió una oportunidad que, a la larga, cambió sus vidas. La institución escolar a la que estaban vinculados, el colegio Sek, se estableció en Poio y decidieron solicitar una plaza porque era la ocasión de ir a la tierra que les había enganchado. Un cuarto de siglo después, este educador por devoción no tiene ningún reparo en asegurar que vivir en Pontevedra es un regalo.

Sin embargo, lo que fue un regalo para el deporte pontevedrés fue su aparición a principios de los noventa. Su pasión por la actividad física, su altruismo, su afán por ayudar… hicieron que no tardara mucho en involucrarse en lo que más sabía: fomentar la práctica del deporte y, especialmente, la gimnasia, a la que había dedicado su vida desde muy niño, primero como practicante y posteriormente como entrenador.

En aquel momento comenzaban a funcionar las escuelas deportivas municipales, en cuyo programa estaba la gimnasia. Ese fue el germen no solamente de un club, sino de la importancia de una disciplina que históricamente ha sido maltratada en Pontevedra -tiene contraída una histórica deuda con ella- a pesar del elevado número de practicantes, clubes y brillantes resultados.

Sin pedir nada a cambio puso a disposición de todos su sabiduría y su humildad. Sus ganas de trabajar y su vocación. Les enseñó a sus niños que el deporte es una forma de vida, que uno no solamente es deportista cuando practica una modalidad, sino las 24 horas del día.

Con unos recursos paupérrimos llegaron los resultados. Un mito viviente de la
gimnasia llamado Jesús Carballo –diez Juegos Olímpicos a sus espaldas- quedó asustado de las condiciones en las que practicaban gimnasia los niños pontevedreses; sin embargo, eso no fue impedimento para que el Treboada fuera haciéndose un nombre en Galicia.

Su legado es infinito porque no es material, sino conceptual. Construyó un pensamiento deportivo. Fomentó hábitos saludables y defendió la cultura del esfuerzo porque enseñó que luchando cada día un poco más, sin relajarse ni un solo segundo, los obstáculos más grandes se pueden superar.

Paco Sáez fue para la gimnasia una tormenta de pasión porque contagió su sabiduría y lucha a todos aquellos que la quisieron, por ello nunca el nombre de un club –fue uno de los fundadores del Treaboada, que hasta su llegada se llamaba Trevoa- definió tan bien la trascendencia de uno de sus creadores.

lunes, 1 de octubre de 2012

La niña del chándal rosa

Cuando José Vicente Hernández convirtió (septiembre de 2006) en cuatro vocablos la palabra baloncesto, perfectamente podría estar pensando en una niña que 16 años antes apareció en su primer entrenamiento con el Arxil en la vieja pista del Aneja vestida con un chándal rosa.



Llevaba tan solo unos cuantos meses en Pontevedra, donde había recalado procedente de Salamanca acompañando a su familia por los compromisos laborables de su padre. Dos años antes había comenzado su relación con el baloncesto porque sus 185 centímetros –lo mismo que mide ahora- no pasaron desapercibidos para los promotores de una operación de altura, que hicieron en los centros de enseñanza de la capital charra.

La mezcla del color del chándal con su altura, hizo que 22 años después en el club pontevedrés todavía se recuerde aquella imagen, aunque en gran parte también porque aquella niña risueña que acudiera a entrenar -con la temporada ya en marcha- animada por una compañera de clase, acabó convirtiéndose en una de las jugadoras más importantes que ha tenido el CB Arxil en su extensa y brillante trayectoria.

El de Cándida Navarro Llorca -conocida popularmente como Candy Navarro- es un claro ejemplo de que alguien puede querer a muchas tierras sin renunciar a ninguna de ellas. Nació hace 37 años en la localidad alicantina de Alcoy, pero pasó su infancia en Salamanca antes de trasladarse a Pontevedra, donde inició su aventura baloncestística, que le llevó de nuevo a la capital charra, posteriormente a Madrid y finalmente hace una década a Hondarribia, donde vive actualmente. Sin embargo reconoce, con cierta emoción, que se siente pontevedresa porque a la ciudad del Lérez acude siempre que puede a rendir visita a su madre y su hermano y porque como jugadora de baloncesto se creó en la cantera del Arxil.

Su altura fue una de sus principales tarjetas de visita, pero a eso le añadió destreza y movilidad. Un cóctel que hizo que clubes importantes del baloncesto femenino español se fijaran en ella. El primero de ellos fue el Xerox –actualmente Celta- y su amor al Arxil hizo que ambas entidades se vinculasen porque esa temporada como juvenil jugó con las pontevedresas y como sénior con las olívicas con las que disputó la LF y el torneo europeo de la Copa Ronchetti.

Otro grande en el que militó fue el Viajes Halcón, donde coincidió con otra chica que también comenzaba su flamante trayectoria, Amaya Valdemoro. Ha sido una trotamundos del baloncesto porque también jugó en el Inelga de Vilagarcía, en el Tres Cantos, en el Coimbra de Portugal, en Ecuador y en el Hondarribia, además del Arxil en dos etapas diferentes.

Pese a su larga trayectoria, el Arxil siempre ha sido clave. Tras siete años fuera de su ciudad de acogida regresó al club que le dio a conocer. Ayudó a que el equipo sénior arxilista viviera la mayor etapa de esplendor porque disputó tres fases de ascenso a la máxima categoría y ascendió a la Liga Femenina Dos. Su rendimiento vestida de verde hizo que el pujante Hondarribia apostara fuertemente por alguien que no podía imaginarse, cuando recaló en el club vasco, que estaba iniciando una de las etapas más importantes de su vida porque allí -donde es una ídolo- conoció al que ahora es su marido y padre de su recién nacido.

Su vida ha sido el ba-lon-ces-to como dijo Pepu Hernández. Se siente en deuda con él porque "me ha dado amigas, a mi marido, a mi hijo, unos estudios, he conocido mundo…", asegura, pero se olvida que el baloncesto ha sido afortunado por haber encontrado a una niña que creció amando una canasta a la que nunca ha dejado de querer.