lunes, 1 de octubre de 2012

La niña del chándal rosa

Cuando José Vicente Hernández convirtió (septiembre de 2006) en cuatro vocablos la palabra baloncesto, perfectamente podría estar pensando en una niña que 16 años antes apareció en su primer entrenamiento con el Arxil en la vieja pista del Aneja vestida con un chándal rosa.



Llevaba tan solo unos cuantos meses en Pontevedra, donde había recalado procedente de Salamanca acompañando a su familia por los compromisos laborables de su padre. Dos años antes había comenzado su relación con el baloncesto porque sus 185 centímetros –lo mismo que mide ahora- no pasaron desapercibidos para los promotores de una operación de altura, que hicieron en los centros de enseñanza de la capital charra.

La mezcla del color del chándal con su altura, hizo que 22 años después en el club pontevedrés todavía se recuerde aquella imagen, aunque en gran parte también porque aquella niña risueña que acudiera a entrenar -con la temporada ya en marcha- animada por una compañera de clase, acabó convirtiéndose en una de las jugadoras más importantes que ha tenido el CB Arxil en su extensa y brillante trayectoria.

El de Cándida Navarro Llorca -conocida popularmente como Candy Navarro- es un claro ejemplo de que alguien puede querer a muchas tierras sin renunciar a ninguna de ellas. Nació hace 37 años en la localidad alicantina de Alcoy, pero pasó su infancia en Salamanca antes de trasladarse a Pontevedra, donde inició su aventura baloncestística, que le llevó de nuevo a la capital charra, posteriormente a Madrid y finalmente hace una década a Hondarribia, donde vive actualmente. Sin embargo reconoce, con cierta emoción, que se siente pontevedresa porque a la ciudad del Lérez acude siempre que puede a rendir visita a su madre y su hermano y porque como jugadora de baloncesto se creó en la cantera del Arxil.

Su altura fue una de sus principales tarjetas de visita, pero a eso le añadió destreza y movilidad. Un cóctel que hizo que clubes importantes del baloncesto femenino español se fijaran en ella. El primero de ellos fue el Xerox –actualmente Celta- y su amor al Arxil hizo que ambas entidades se vinculasen porque esa temporada como juvenil jugó con las pontevedresas y como sénior con las olívicas con las que disputó la LF y el torneo europeo de la Copa Ronchetti.

Otro grande en el que militó fue el Viajes Halcón, donde coincidió con otra chica que también comenzaba su flamante trayectoria, Amaya Valdemoro. Ha sido una trotamundos del baloncesto porque también jugó en el Inelga de Vilagarcía, en el Tres Cantos, en el Coimbra de Portugal, en Ecuador y en el Hondarribia, además del Arxil en dos etapas diferentes.

Pese a su larga trayectoria, el Arxil siempre ha sido clave. Tras siete años fuera de su ciudad de acogida regresó al club que le dio a conocer. Ayudó a que el equipo sénior arxilista viviera la mayor etapa de esplendor porque disputó tres fases de ascenso a la máxima categoría y ascendió a la Liga Femenina Dos. Su rendimiento vestida de verde hizo que el pujante Hondarribia apostara fuertemente por alguien que no podía imaginarse, cuando recaló en el club vasco, que estaba iniciando una de las etapas más importantes de su vida porque allí -donde es una ídolo- conoció al que ahora es su marido y padre de su recién nacido.

Su vida ha sido el ba-lon-ces-to como dijo Pepu Hernández. Se siente en deuda con él porque "me ha dado amigas, a mi marido, a mi hijo, unos estudios, he conocido mundo…", asegura, pero se olvida que el baloncesto ha sido afortunado por haber encontrado a una niña que creció amando una canasta a la que nunca ha dejado de querer.

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