sábado, 13 de abril de 2013

Gooooooooooooooooool de Ceresuela, 50 años de una hazaña

 Pasaban los minutos de la tarde del domingo 14 de abril de 1963 y el corazón de los pontevedreses se encogían cada vez porque el sueño del ascenso cada vez estaba más lejos. Se mascaba la tragedia después de que los granates lograsen una épica victoria, con remontada incluida, una semana antes el viejo estadio de la carretera de Sarriá de Barcelona ante el Espanyol. Un punto, un solo punto, era lo que separaba a las huestes de Rafa Yunta Navarro de la gloria, enfrente un Celta que no se jugaba nada, aunque posteriormente se supo que todos sus jugadores tenían una prima de 30.000 de las pesetas de antes por parte del club periquito si lograban doblegar a los granates.

El dominio céltico fue total. Se adelantó en el marcador y el choque transcurría por los cauces de la desgracia. Tanto luchar para terminar así, debieron pensar muchos de los que abarrotaban el campo del barrio de O Burgo. La tarea parecía hasta que el destino tenía reservado el momento más brillante. Quedaban siete minutos para que se cumpliera el 45 de la segunda parte cuando el navarro Recalde, uno de los fichajes de esa temporada, sacó un córner desde el banderín que une la grada de Norte con la de Preferencia, despejó de puños Cantero, el portero del conjunto olívico, el rechace en la frontal del área llegó a Ferreiro que pasó a Rafa Ceresuela, otra de las incorporaciones de esa campaña, y de repente:

¡Goooooooooooooool de Ceresuela!

Un gol y un sueño hecho realidad. Empate a uno y los granates acariciaban el punto que necesitaban para ascender de manera directa, el segundo promocionaba. El estadio fue un clamor. A continuación del tanto de Ceresuela llegaron los abrazos, la explosión de júbilo, no solamente de los que estaban en el campo sino de los que escuchaban el partido por la radio, de los que estaban cerca del campo y escucharon el griterío del pueblo. También hubo abrazos y posteriormente tensión porque quedaban siete minutos o mejor dicho: siete eterno minutos.  Después de tanto sufrimiento nada iba a impedir para que el Pontevedra lograra la mayor hazaña de su historia.

Tres  años después del ascenso de La Puentecilla llegó otra mejoría de categoría, pero ahora era a Primera División, el paraíso, el reino de los grandes que tenía un nuevo invitado.

Al día siguiente se supo que aquel gol de Ceresuela había tenido su intrahistoria porque antes de marcar el delantero zaragozano tuviera que salir del terreno de juego para atarse la bota y sin darse cuenta –se enteró al día siguiente cuando se lo contó un miembro de la Policía Armada-  se sentó encima de un ajo, el policía tuvo la corazonada de que iba a marcar y estuvo en lo cierto.

Ese gol marcado por Ceresuela, un día como el de hoy, y empujado por el aliento de toda una ciudad hizo que la temporada 1962-63 pasara a la historia como la del primer ascenso del Pontevedra a Primera División del fútbol español. Después de una campaña marcada por la regularidad y el absoluto dominio sobre los rivales que se acercaban a Pasarón a tratar de cosechar algún punto que atenuase su andanza por la castigadora Segunda División, el Pontevedra se alzaba con el liderato final del grupo septentrional de la categoría de plata del balompié ibérico y se hacía acreedor de una plaza en la máxima división española.

Lo curioso del éxito granate, que lo hace más extraordinario si cabe, eran las expectativas que se habían creado por aquel entonces en la capital, a principios de la temporada: se aguardaba un año en el que el objetivo debía ser mantener la tranquilidad y la estabilidad en una categoría que parecía el tope de las aspiraciones del equipo.

Nada más lejos de la realidad, un puñado de valientes se revelaron contra el orden establecido por aquel entonces e hicieron honor a la camiseta que vestían luchando hasta la extenuación por la victoria en cada partido hasta desmentir las previsiones que condenaban a la sabia granate a sedentarizarse en aquella Segunda División. Con tan sólo cinco derrotas, únicamente una, contra el Constancia de la población mallorquina de Inca, en casa, y con victorias trabajadas y costosas en su mayoría, sobre rivales de entidad, el Pontevedra se alzaba con el título y llegaba a Primera.

Los responsables principales, los jugadores, repetían en gran porcentaje, el grupo de la campaña anterior. Cuatro incorporaciones, llamadas a reforzar la estructura y a dar continuidad al trabajo de la temporada previa hacían concebir esperanzas de un año de sosiego. Recalde, llegado del Club Atlético Osasuna, Ceresuela del Real Zaragoza, Tucho del Real Club Celta de Vigo y Carlos del Club Deportivo Choco de Redondela eran los nombres con que se conocería a los recién llegados. Sin duda, los dos primeros se convertirían en responsables directísimos de la proeza lograda en aquella campaña.

No menos importante se podía considerar a ‘Rafa’, Rafael Yunta Navarro, un entrenador con carácter ganador, capaz de ascender a otros equipos con anterioridad y que llegaba desde Burgos, tras ascender a los castellanos a la categoría de Plata. Bajo la presidencia de Miguel Domínguez Rodríguez, aquel equipo, aquel club asombró al panorama futbolístico español y logró cotas impensables para los analistas que contemplaban el milagro desde el exterior.

Con tan sólo 2.710 socios y 2.2 millones de pesetas para una larga temporada, concebir el ascenso en versión granate parecía una utopía mayor de la que los realistas aficionados de la ribera del Lérez se habían creado. El éxito deportivo lastró económicamente al club, que se vio obligado a gastar 300.000 pesetas en primas para la plantilla por lograr el impensable objetivo. En total, 900.000 pesetas de déficit eran las que el club tenía que obtener de debajo de las piedras para salir del paso y poder verificar en los despachos lo que había demostrado en los rectángulos de hierba. La ciudad respondió nuevamente de un modo excepcional. Realizada la campaña del millón, los ciudadanos de Pontevedra, en una época en la que la capital no podía presumir de bonanza económica, ‘inventaron’ 1.010.400 pesetas, más que suficientes para salvar los intereses deportivos del club, en menos de un mes de plazo. Promotores de la campaña, merecen ser recordados los periodistas de Radio Pontevedra, dos acérrimos seguidores del club como Balbino de las Fuentes Mora y Ricardo Barajas.

La ciudad había vuelto a responder y a aumentar la leyenda de un equipo humilde que se colocaba entre los grandes y que no tardaría en ser conocido en todos las esquinas de la geografía española. El mismo espíritu guerrero que manifestaba la ciudad, la lucha sin final hasta permitir que el equipo pudiese disfrutar del sueño por el que había trabajado hasta la extenuación, empapó a los jugadores, al cuerpo técnico y a la directiva del cuadro granate. No tardaría en manifestarse en los campos de fútbol más importantes de España, algunos de ellos, de los equipos más grandes de Europa. De nuevo superados los problemas económicos, salvados los números rojos que llevaban años tratando de intimar con el granate sin obtener el éxito de corromperlo, el Pontevedra afianzaba el espíritu de un equipo guerrero, con jugadores guerreros respaldado por un pueblo guerrero que daría mucha guerra a todos los equipos que pisaron su campo de fútbol. Ni uno sólo de los medios de comunicación con tirada nacional dejaron de lado los éxitos de los granates.

Las portadas y los noticiarios se inundaron de informaciones del Pontevedra: aquel simpático equipo de una pequeña ciudad, con unos humildes y no excesivos habitantes, que habían alcanzado contra todo pronóstico, incluido el de ellos mismos, la máxima categoría del fútbol español.

La leyenda del hueso imposible de roer, que enloqueció a una ciudad y marcó una época en España, empezaba a escribirse aquel año.

domingo, 7 de abril de 2013

50 años no son nada

El 7 de abril de 1963 no fue un día cualquiera. Cantaba Carlos Gardel que 20 años no son nada, pues han pasado 50 y en Pontevedra se recuerda todavía lo que un grupo de futbolistas, vestidos de granate, hicieron en Barcelona donde, tras ganar al Espanyol, con remontada incluida, se acercaron a la utopía del ascenso a Primera División.

24 horas después, un día como el de hoy, pero de hace medio siglo, la ciudad se echó a la calle para recibir a sus héroes. Desde que el árbitro pitó el final las calles se abarrotaron de unos aficionados, y también de los que no lo eran, que  festejaban la hazaña del equipo de Rafa Yunta Navarro, porque  lo que parecía meses atrás una utopía que posteriormente se transformó en un sueño colectivo, se convirtió en una extraordinaria realidad: el Pontevedra solamente necesitaba un punto para entrar en el reino de los grandes del fútbol español. Una ciudad de poco más de 40.000 habitantes estaba muy cerca de competir de tú a tú con el Madrid de Di Stéfano o el Barcelona de Kocsis.

“Desde cien kilómetros antes de Pontevedra ya había gente en la carretera”, recordaba el jueves pasado Rafael Ceresuela, uno de los protagonistas de la hazaña al conseguir en la última jornada liguera el gol que significaba el empate ante el Celta, que a la postre materializaría el ascenso.

La fiesta fue total. La ciudad vivía con intensidad las noticias que llegaban desde Barcelona gracias a la retransmisión de Radio Pontevedra, se le encogió el corazón con el gol de Castaño al poco de empezar (minuto 7), se ilusionó con la igualada de Vallejo, de cabeza, antes del descanso y acabó entusiasmándose cuando, al poco de reanudarse el encuentro, el navarro Recalde establecía el que acabaría siendo el definitivo 1-2 tras una portentosa actuación del portero granate Gato, cuyas paradas sirvieron para que el semanario  ‘Vida Deportiva’ titulase ‘Más que un gato, un felino’.

Con el pitido final de Rigo, Pontevedra explotó de alegría. Aquel día de abril entró en los anales de la historia. Parecía que no pasaban las horas para poder recibir a los integrantes del equipo granate, que se recorrieron en autobús los mil kilómetros que había entre la ciudad condal y la capital de las Rías Baixas, a donde llegaron entrada la noche, pero eso no fue impedimento para que miles de persona se dieran cita alrededor del Santuario de La Peregrina. Los jugadores, entrenador, miembros del cuerpo técnico, directivos… fueron aclamados. El ascenso, matemáticamente, no estaba logrado, pero sí lo más complicado que era llegar a la última jornada dependiendo de sí mismo tras ganar, en su campo, al segundo clasificado.

Aquel 8 de abril dio paso a seis días en los que el único tema de las conversaciones era el siguiente encuentro contra un Celta que no se jugaba nada y ante el que el Pontevedra disponía de una oportunidad única. Su extraordinaria trayectoria le había colocado en un lugar preferente. Todo se jugó en 90 minutos. Lo que sucedió el 14 de abril por todos es sabido: el conjunto granate empató.