domingo, 10 de abril de 2016

Cuando diez años son una eternidad

CANTABA GARDEL, el tanguero arrebalero, que 20 años no son nada, pero se equivocaba porque no hace falta que pasen 20 para saber que diez sin ti, Pepe, son una eternidad. Diez años sin él generan un vacío enorme y aunque se dice que cuando el recuerdo resiste el paso del tiempo, la persona nunca muere; a veces nos sentimos huérfanos por no tenerte cerca, por no recibir un consejo tuyo en los momentos de duda y porque nuestros oídos no escuchan esos comentarios que te hacen reflexionar.

Una mañana temprana del mes de abril de hace una década –se cumple mañana- se fue alguien que había inventado el periodismo deportivo de base en Pontevedra. Antes de que nacieran suplementos dedicados a las categorías inferiores, José García López -Almansa para el pueblo- luchaba por que en los medios, evidentemente en su Diario, el fútbol base tuviera su hueco. Su amado Barcelona nunca era más que un juvenil del Salgueiriños, un infantil del A. Juvenil o un cadete del A Seca. 

Sin alharacas, sin estruendos… su vida siempre había sido estar al lado de los demás, de ayudar a aquellos que lo necesitaban y de implicarse en que los demás lo tuvieran fácil. Nunca los Carlos Menéndez, Lucía, Mele, Marcelino… han tenido, ni tendrán, un mayor defensor. Han sido diez años sin la persona que estuvo siempre pendiente de aquellos que han trabajado para hacer una sociedad mejor y que veían el deporte como una extraordinaria posibilidad para formar a las personas.

Ahora, por suerte, es relativamente sencillo encontrar información de base en los periódicos. Cada cabecera tiene su suplemento dedicado al deporte de los pequeños, probablemente el espacio sea menor del que los clubes quisieran, pero mucho más del que tenían. Aquellos que se han criado en el siglo XXI no tienen el recuerdo del pasado. Ese en el que él forjó su vocación. Esa personalidad contagiosa. Nunca se le agradecerá a otro genio, Amador Larriba, que le convenciera para que dejara los zapatos y se dedicara al periodismo.

La suya ha sido una lección vital. Eran los tiempos en los que no había móviles, por lo que tampoco había grupos de WhatsApp, ni internet, ‘ni Faaacebok, ni Twitter ni hashtagggg’ como dice Sabina, ni programas informáticos que adelantaran los resultados, pero siempre los conseguía. Han desaparecido aquellas maravillosas noches de domingo en los que los teléfonos no paraban de sonar. Cogía uno con la mano derecha, otro con la izquierda, mientras levantaba otro para que no se perdiera la llamada. Si hacía falta llamaba a la Guardia Civil o al cura del pueblo del que lograba su ayuda. Todavía retumba aquella frase repetida hasta la saciedad de «cómo la autoridad del pueblo no sabe como quedó el equipo de fútbol» y al rato le devolvían la llamada dándole el marcador.

Eran tiempos distintos. Los modernos dirán que peores, pero eran en los que ejercer esta profesión era siempre una aventura. Ni corto ni perezoso, cogía el coche e iba a donde hiciera falta, a por las fotos de la AGN o hacía lo necesario por los suyos, por el fútbol base y por su Diario.

Almansa, Pepe para los suyos, pertenece a ese selecto grupo de personas que están vivos después de morir, porque su recuerdo nunca muere, pero realmente esas frase que volvió a la actualidad con el adiós de su amado Cruyff es simplemente la justificación perfecta para ocupar, de alguna manera, el hueco que dejan ese tipo de seres, a los que los demás tenemos que conformarnos con acompañarlos.

Han sido diez años en los que las cosas han cambiado. En los que su nombre está unido al de un premio que pretende reconocer a esos a los que siempre defendió: los que luchan por que la sociedad haga deporte y en estas páginas tratamos de mantener vivo su recuerdo, pero siempre nos faltará. Así que nos tenemos que conformar con pensar que a veces su vieja máquina de escribir vuelve a sonar. Si el protagonista del ‘Sexto sentido’ aseguraba que a veces veía muertos, por qué nosotros no podemos reconocer que a veces su máquina vuelve a adquirir vida, aunque simplemente sea en nuestra memoria. Es la manera de saber que un día tuvimos el placer de estar a su lado.