martes, 30 de septiembre de 2014

El Mundial que cambió la historia

HACE 25 AÑOS, durante casi dos semanas, Galicia y especialmente la provincia de Pontevedra congregaron no solamente a las mejores  promesas de 16 selecciones nacionales, sino a la que está considerada como la mejor generación del  balonmano universal. Lo hizo con  motivo de la disputa de la séptima  edición del Mundial júnior. No  fue un campeonato cualquiera.  Se trató de la concentración de lo  que, a posteriori, sería una constelación de estrellas. Podía parecer, inicialmente, otra de tantas  reuniones generacionales, pero  con la perspectiva del tiempo se  puede considerar el comienzo de  una era única.
Aquel fue el campeonato de los campeonatos. Un evento excepcional que sirvió para que un día  como hoy, pero de hace un cuarto  de siglo, el Pabellón Municipal fuera escenario del encuentro con más  público de la historia del balonmano gallego, ya que más de seis mil  personas (dos mil se quedaron fuera y en la reventa incluso se llegó  a pagar 70 euros por una entrada  que valía siete) se dieron cita en el  recinto que, más de dos décadas  antes, había diseñado Alejandro  de la Sota.
El España-Unión Soviética fue el partido del campeonato. La final perfecta para una competición en la que participaron cuatro  jugadores  que posteriormente fueron elegidos como los mejores del mundo (Talant Dujshebaev en     1994 y 1996, Jackson Richardson en 1995, Stéphane Stoecklin en 1997 y Dragan Skrbic en 2000). La relación podía haber sido mayor si desde 1991 hasta 1993 la IHF convocara el premio o si alguna vez el  elegido hubiera sido alguno de los  que están considerados como dos  de los mejores porteros de la historia, el sueco Tomas Runar Svensson y el español David Barrufet,  integrantes de la amplia relación  de nuevo valores que comenzaron  a mostrarse al universo en tierras  pontevedresas.
«De allí salieron muchos de los que después serían los mejores del mundo, estrellas para Francia, Alemania, Hungría o España». La frase pertenece a Talant Dujshebaev, que 25 años después mantiene frescos en la memoria los  recuerdos de «un campeonato de  un nivel excepcional. Fue mi primer enamoramiento de España. En cada encuentro se vivía un gran ambiente. Pabellones llenos, encuentros intensos y ¡ganamos!».
‘Galicia 89’, que así fue como se denominó, también fue el lanzamiento de la mejor generación de  la historia del balonmano español.  Doce de los 15 jugadores entrenados por Cruz María Ibero acabaron  convirtiéndose en importantes en  sus respectivos equipos de la Liga  Asobal (solo Galisteo del Naranco,  Manolo Carmona del Atlético de  Madrid y posteriormente del Teucro y Juan Garalt del BM Madrid no  triunfaron) y la mayoría de ellos  integraron el bloque de la selección  que abrió para España las puertas  de la élite mundial (plata en el Europeo de 1996 y bronce en los Juegos de Atlanta de casi dos meses  después).
La selección española llegaba a la cita avalada por la plata conseguida dos años antes en Yugoslavia y con una generación en la que estaban depositadas muchas esperanzas. Cinco jugadores del BM Granollers (Jordi Núñez, Enric Masip, Mateo Garralda, Ricardo Marín y Jordi Fernández) formaban la columna vertebral, con el respaldo de los azulgranas David Barrufet, Iñaki Urdangarin y Fernando Barbeito; los jugadores del Bidasoa Olalla y Ordóñez y el colchonero Urdiales.
 Camino del podio
España no falló, hizo un Mundial perfecto. En la fase inicial logró el objetivo de acabar primera después de ganar a Checoslovaquia en el partido inaugural jugado en Santiago y a Islandia, mientras que en la última  jornada, con el pase garantizado,  perdió contra Alemania. Su mente ya estaba puesta en la segunda  ronda, para la que se clasificaban  los tres primeros de cada grupo.  Los que ahora son conocidos como  los ‘Hispanos’ se vieron la cara con  Polonia, Hungría y Suecia, con la  que se jugaron la clasificación para  la final en un épico partido (21-19),  en el que la afición pontevedresa  desempeñó un papel crucial y en  el que el portero Svensson tuvo un  rendimiento memorable (42 por  ciento de paradas). En ese encuentro nació el calificativo de la ‘mejor  afición de España’.
En el Mundial participaron potencias como la Unión Soviética,  Yugoslavia, Alemania o Suecia;  alternativas de poder como Francia y Corea o combinados ‘exóticos’  como Estados Unidos, que perdió  todos sus partidos por goleada,  Egipto o Argelia. En la primera fase la selecciones estuvieron repartidas  en cuatro grupos que tuvieron como sedes A Coruña, Ferrol, Lugo y Ourense. La provincia de Pontevedra fue escenario,  íntegramente, de la segunda parte  de la competición: fase de consolación, lucha por el título y finales  por puestos.
Los prolegómenos del Mundial  tampoco estuvieron alejados de la  polémica e incertidumbre porque  la organización –corrió a cargo de  la Federación Gallega de Balonmano- tuvo que modificar las sedes  porque Vigo optó por ocupar el pabellón de As Travesas con la actuación del Ballet Soviético, por lo que  uno de los grupos por el título –en  el que estaba España- se trasladó a  Pontevedra y el otro se desarrolló  entre Chapela y O Porriño. Caldas  y Lalín también fueron escenario  de partidos.
De todas las estrellas que brillaron hubo una que lo hizo por encima de las demás. El de ‘Galicia  89’ fue el Mundial de un jugador  de ojos rasgados, con una cintura  que se movía como una mariposa y  cuyos lanzamientos, igual que los  puños de Ali, picaban como una  avispa. Había nacido 21 años antes en Frunze, en la ahora independiente República de Kirguistán,  que en aquella época pertenecía a  la Unión Soviética. Su seleccionador lo reservó en el partido decisivo  -el último de la segunda fase- contra Yugoslavia para que llegara  fresco a la final, en la que dio todo  un recital, con doce goles, y dirigió a su selección hacia el título a costa de España (17-23).
Aquel chico valiente en la pista, pero tímido fuera de ella, era  Talant Dujshebaev. «Galicia fue  clave para mi carrera», reconoce.  Años más tarde, tras la desintegración de la URSS, se convirtió  en un español más.
El del genio de Kirguistán, que en Galicia comenzó a enamorarse de España, fue uno de los nombres propios de un campeonato que engendró a una generación que agrandó la historia del balonmano mundial.
Soviéticos y españoles se repartieron los dos primeros cajones  de un podio que completó la Yugoslavia del que acabaría siendo  portero del Teucro, Dejan Peric, y  que contaba con un equipo excepcional con jugadores como Matosevic, Dragan Skrbic y Jovanovic.  En la lucha por el bronce superó a  Alemania. El cuadro de honor lo  completó Islandia, que fue quinta  tras superar a Francia.
Fue el Mundial en el que triunfó una afición que asombró por  su respuesta y en el que también  lo hicieron una generación que  transformó la historia y un grupo  de jugadores que cambió el destino  de la selección española.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Asteroide humano

Miguel Induráin, se convertía hace 20 años -se cumplieron el pasado martes- en el velódromo de Burdeos, en el corredor mas rápido de la historia en dar pedales durante una hora. Una hazaña que ampliaba, todavía más, la leyenda de uno de los mejores ciclistas del mundo.




‘ASTEROIDE HUMANO’. Así tituló Diario de Pontevedra, a toda página, su portada del 3 de septiembre de 1994, un día después de que Miguel Induráin, el fenómeno deportivo de aquel entonces, agrandara su leyenda batiendo el récord de la hora. Un logro que se tomó como la culminación de la carrera de un ciclista que acumulaba cuatro tours de Francia y dos giros de Italia.

El navarro, con su revolucionaria bicicleta que se bautizó como ‘Espada’, recorrió 53,04 kilómetros en una hora, aunque su récord estuvo vigente muy poco tiempo. Solo dos meses después, el suizo Tony Rominger, que nunca pudo vencerle en una gran vuelta, se sacaba la espinita y al menos batía a Induráin sobre el velódromo, que lo intentaría una segunda vez al año siguiente en Colombia, sin éxito, en el que sería el comienzo del declive en su carrera.

Los 53,040 kilómetros recorridos por Induráin en Burdeos están considerados como una marca que ya entonces, en 1994, se estimó que quedaba por debajo de las posibilidades reales del ciclista navarro.

Antes de intentar el récord, Miguel Induráin se sometió a una prueba de esfuerzo en el laboratorio que determinó que su potencia máxima era de 572 vatios, que su potencia en el umbral láctico (antes de que la acumulación de lactato en la sangre produzca la fatiga insuperable), era de 505 vatios (dato excepcional), y que con esa potencia, con el corazón latiendo a 183 pulsaciones por minuto y los músculos gastando 5,65 litros de oxígeno por minuto, la velocidad que debería alcanzar durante un buen rato sería de 52,8 kilómetros por hora. Estos datos coincidían, con pequeñas variaciones, con los conseguidos en otra prueba realizada no sobre bicicleta estática, sino en un velódromo. El día que batió el récord de la hora, Induráin desplegó una potencia de 509,5 vatios, nada menos que un 17% más de lo calculado.  Esos registros hacen que el navarro sea considerado como el número uno del ranking histórico del récord de la hora.

El gran Eddy Merckx, a principios de los 70 y el italiano Francesco Mosser, en 1984, fueron los últimos grandes ciclistas que consiguieron ser los más rápidos después de una hora dando vueltas en un velódromo. Pero con la aparición de Graeme Obree en 1993, el récord de la hora volvió a ponerse de moda. El ‘escocés volador’  revolucionó esta prueba al participar con una bicicleta creada por él mismo y con una postura bastante extraña sobre la misma. Batió el record de la hora en dos ocasiones, arrebatándoselo en esta seguida ocasión a Chris Boardman, aunque curiosamente jamás dio el salto al ciclismo profesional.

La segunda marca establecida por Obree fue la que el 2 de septiembre de 1994 batió Miguel Induráin en el velódromo de Burdeos, que en el primer lustro de los noventa se convirtió en el lugar de peregrinación del récord de la hora. No en vano, allí fue donde Rominger, dos meses después del registro del pentacampeón del Tour, le arrebató el registro.

Y cuando parecía que nadie iba a poder arrebatarle ese récord, volvió Chris Boardman en 1996 y el gran contrarrelojista británico, campeón mundial de la disciplina en 1994, llegó a superar la barrera de los 56 kilómetros usando el mismo estilo que en su día utilizó Obree sobre la bicicleta.

Después llegó el vacío y posteriormente la prohibición de la UCI. Todos los récords desde Merckx en adelante fueron cancelados porque se usaron materiales y bicicletas revolucionarias, convirtiendo la prueba en una guerra tecnológica en lugar de una lucha de esfuerzo humano.  Los registros logrados con ‘bicicletas tecnológicas’ fueron englobados en una nueva categoría denominada ‘Mejor esfuerzo humano’.


Y así, sin ningún elemento que favoreciera la aerodinámica, Chris Boardman batió al ‘caníbal’  Merckx en el año 2000. Su récord se mantuvo vigente hasta 2005, cuando se consiguió la marca que ahora mismo se considera como oficial, los 49’7 kilómetros que consiguió el ciclista checo Ondrej Sosenka, un ciclista ya retirado que fue más veces noticia por el dopaje que por sus éxitos como profesional.