domingo, 25 de octubre de 2015

Attilo Pontanari, la primera gran leyenda del deporte pontevedrés



Hubo una época en la que el deporte era ‘sport’ y no por esnobismo, sino porque en países como España en el último cuarto del siglo XIX aquello se veía como una moda de los británicos, que alteraba la mente de las personas. Solo el empeño de unos cuantos como Attilio Pontanari hicieron cambiar, muy poco a poco, esa imagen, defendiendo el ‘sport’ como un factor fundamental en la formación de los seres humanos. Conceptos totalmente afianzados en la actualidad, pero que hace 150 años representaban una verdadera utopía.

El ‘sport’ significa el comienzo del deporte que estaba reservado para un determinado segmento de la población. Pontanari, que la definía como gimnasia higiénica, la popularizó en una tierra a la que llegó con 28 años (nació en Florencia en 1850) como miembro de un espectáculo circense en el que también participaban sus hermanos. Su estreno como Hércules se produce en mayo de 1959 en el Circo Ecuestre de Rafael Díaz instalado en lo que ahora es la plaza de María Pita. Aquella no fue una visita esporádica, sino el viaje definitivo a su nueva tierra porque el ‘signori Pontanari’ ya no regresó a su Toscana natal y creó una nueva vida en Galicia.

Después de una década en la ciudad herculina, se trasladó a Santiago (1888-1893), donde comenzó a ser una figura destacada en la sociedad compostelana gracias a los conceptos que promovía y a su trabajo como profesor de gimnasia, maestro de esgrima, inventor, ortopedista, ciclista y jefe de bomberos. Sus cinco años en la capital gallega fueron determinantes porque ya nadie lo identificaba como un forzudo, sino como un maestro. Su actividad fue frenética. Creó su primer gimnasio en la Sociedad Económica Amigos del País y Valle, que fue el paso previo a abrir otro, en 1893, en Vilagarcía y un año después se afincó definitivamente en Pontevedra.

Fue en Pontevedra, donde volvió a coincidir con el futuro insigne de las letras españolas Ramón del Valle-Inclán al que había conocido en Santiago de Compostela, la ciudad gallega en la que vivió más tiempo (17 años), aunque murió en Vigo un día como el de hoy, pero de 1924.

Pontanari conocido por sus ideas progresistas era un claro defensor de la presencia de la mujer en el deporte, algo que no estaba bien visto. Se convirtió en uno de los personajes más importantes y conocidos de Pontevedra. Comenzó a dar clases de gimnasia y de esgrima en la Sociedad del Liceo Gimnasio (estaba ubicado en la avenida de Bos Aires, donde ahora se está construyendo un tanatorio) que se transformó en centro neurálgico de la ciudad. Incluso fue tutor del internado del colegio Balmes.

Su prestigio alcanzó niveles muy altos porque su actividad era amplísima. Ver artículos en la prensa en los que defendía la ‘gimnasia higiénica’ era habitual y sus asaltos de esgrima eran famosísimos, por lo que en 1889 se le otorga la cátedra de gimnasia del Instituto de Pontevedra a propuesta del Consejo de Instrucción Pública. Es el reconocimiento a una excepcional trayectoria, el puesto lo compagina con el de jefe del parque de Bomberos (tiene un grave incidente con el alcalde, que le hace pasar una noche en la cárcel junto al resto de miembros de su equipo), un cuerpo que había creado en A Coruña y en Santiago y años más tarde en Vigo a raíz del incendio del teatro Rosalía.

A finales de 1910, Pontanari acompañado por sus dos hijas (Eva y Gloria) y ya viudo abandona Pontevedra donde recibe numerosos elogios. La prensa de aquel entonces destaca que "Pontevedra tiene una contraída deuda con el insustituible profesor", como señala ‘Un hípico’ en El Diario de Pontevedra.

La mayoría de las actividades del florentino con corazón gallego fueron desinteresadas y filantrópicas. En Santiago había creado un taller mecánico-ortopédico y en Pontevedra continuó con esa misma actividad. Inventó un inodoro para extraer y transportar materias fecales que fue comprado por el ayuntamiento de San Sebastián. Además de tirador, forzudo y maestro de gimnasia fue un destacado ciclista. Era habitual verlo montado encima de un velocípedo y era tan entusiasta que en 1891 organizó las ‘Cincuentas leguas Santiago-Pontevedra-Oporto’.

Una de sus facetas más destacadas fue la de ortopedista. Defensor de la actividad física como método de sanidad. Fabricaba toda clase de aparatos ortopédicos como también cintas-fajas para señoras y caballeros, aseguraba la prensa de la época, trobangueros y corsés. Era tal su prestigio que a Pontevedra acudían personas de diferentes puntos de Galicia para poder ser curados por el italiano. No era raro ver en la prensa artículos de agradecimiento como el del doctor Luis Rodríguez Seoane.

Desconocido para una gran mayoría, Attilio Pontanari y Maestrini (1850-1924) fue un pionero de la educación física que fomentó en la sociedad de aquel entonces los valores que en Francia trataba de divulgar su coetáneo Pierre de Coubertain, que a principios de los años noventa del siglo XIX trató de recuperar el movimiento olímpico.

El maestro de Valle-Inclán

Si hay una persona con la que Pontanari mantuvo una relación muy personal, esa fue Ramón María del Valle-Inclán. La influencia del florentino en el insigne escritor fue muy amplia. Se conocieron en Santiago de Compostela cuando uno era profesor de la Sociedad Económica y el otro alumno. El genio fue un gran aficionado a la esgrima, en la que le introdujo Pontanari, que además fue su maestro de italiano.

Se conocieron en Santiago, pero fue en Pontevedra donde ambos fraguaron una extraordinaria amistad. La primera referencia bibliográfica de la afición del escritor por la esgrima y su relación con Pontanari es la serie de textos bajo el título de ‘Los fantasmas’, que publicó el doctor Otero Acevedo en Heraldo de Madrid, no en vano es revelador que el escritor use el término italiano ‘scherma’ en algunas de sus publicaciones. Sin duda, era por la influencia de su profesor. En Pontevedra, Valle toma parte de las clases que Pontanari da en el Liceo Gimnasio y también en el Instituto (ocupaba el actual edificio Sarmiento del Museo), pero además, participa hasta en cinco exhibiciones públicas.

La más famosa se produce el 9 de diciembre de 1894 en el Liceo Casino (algo más de un mes antes se había llevado a cabo otra, que recoge una noticia del 3 de noviembre de la Gaceta de Galicia). El duelo entre Pontanari y Valle-Inclán fue la ‘atracción’ de un asalto en el que tomaron parte cerca de una docena de tiradores. El Diario de Pontevedra del 10 de diciembre publica un análisis profundo de la velada asegurando que el italiano "se presentó como un verdadero luchador".

Los elogios hacia el futuro gran escritor (todavía no había publicado su primer libro) también son numerosos: "Estuvo apuesto y atrevido". Hasta en tres obras de Valle hay personajes con el nombre de Atilio o Atilo. Pontanari fue un extraordinario defensor de las virtudes del deporte (le llamaba habitualmente gimnástica). No solo la alaba en sus clases, en sus acciones, en sus intervenciones, sino que iba más allá.

Pedagogo

Entre enero y marzo de 1898, escribió cuatro artículos en ‘El Noticiero Gallego’ en los que hacía hincapié en la necesidad de la práctica de actividad física. Pontanari se caracterizaba por su contundencia, por ello no extraña que el primero de sus artículos (editado el 25 de enero de 1898) lo termine asegurando que aquel que no cree en la sanidad del movimiento (deporte) o es un necio o un vago digno de compasión. Además, muestra su convencimiento de que "es una gran verdad que el movimiento es circunstancia obligada para la vida normal".

Unas palabras que ahora, en pleno siglo XXI, no suenan extrañas, pero que a finales del XIX parecían una locura. El tercer artículo está dedicado a la gimnasia en la educación de los niños. "En el verdadero equilibrio entre el trabajo intelectual y el físico es indespensable no contrariar extremadamente la naturaleza, bajo ninguno de ambos conceptos". Pontanari, fiel a su perfil de pedagogo, igual que Coubertain, destacaba que es necesario "armonizar el espíritu con la materia, no vacilamos en afirmar que la gimnasia higiénica puede ser regeneradora en gran parte de los hombres del porvenir". Su discurso está de plena actualidad, lo que demuestra la importancia de defenderlo hace más de cien años.