domingo, 7 de octubre de 2012

La treboada perfecta

La gimnasia en Pontevedra sería imposible de entender sin la figura de alguien que en los años 80 se enamoró de la ciudad del Lérez.

La vida está llena de casualidades, aseguran, aunque realmente muchas de las cosas que se definen así son buscadas. Pequeños detalles adquieren una trascendencia absoluta con el paso del tiempo. En esta definición encaja este madrileño de nacimiento que se enamoró de la gimnasia, como muchos de su generación, gracias a Joaquín Blume, un genio al que un accidente aéreo le arrebató un extraordinario palmarés, pero no la eternidad.

Pablo Hinójar, su alumno aventajado y continuador de su trabajo, dejó para la posteridad una elocuente frase que explica perfectamente la transcendencia que tuvo para la mayoría de los deportistas que Paco Sáez se cruzara en sus caminos. «Nos cambió la vida», dijo. Pese a la trascendencia de las palabras, su mayor relevancia no radica en las letras, sino en la forma y desde donde las dijo. No fueron pronunciadas por la boca, sino desde el lugar en el que se construyen los sentimientos y se forjan los cariños y el respeto: el corazón.

La historia comenzó hace algo más de 25 años cuando este madrileño de nacimiento y de crianza hasta ese momento, se enamoró, junto a su mujer, de la Ría de Pontevedra la primera vez que la vio, allá por 1986 cuando, ejerciendo sus profesiones de profesores, participaron en un campamento de verano en el que ahora es el colegio Abrente de Portonovo. Regresaron al año siguiente y al siguiente, hasta que en 1989 surgió una oportunidad que, a la larga, cambió sus vidas. La institución escolar a la que estaban vinculados, el colegio Sek, se estableció en Poio y decidieron solicitar una plaza porque era la ocasión de ir a la tierra que les había enganchado. Un cuarto de siglo después, este educador por devoción no tiene ningún reparo en asegurar que vivir en Pontevedra es un regalo.

Sin embargo, lo que fue un regalo para el deporte pontevedrés fue su aparición a principios de los noventa. Su pasión por la actividad física, su altruismo, su afán por ayudar… hicieron que no tardara mucho en involucrarse en lo que más sabía: fomentar la práctica del deporte y, especialmente, la gimnasia, a la que había dedicado su vida desde muy niño, primero como practicante y posteriormente como entrenador.

En aquel momento comenzaban a funcionar las escuelas deportivas municipales, en cuyo programa estaba la gimnasia. Ese fue el germen no solamente de un club, sino de la importancia de una disciplina que históricamente ha sido maltratada en Pontevedra -tiene contraída una histórica deuda con ella- a pesar del elevado número de practicantes, clubes y brillantes resultados.

Sin pedir nada a cambio puso a disposición de todos su sabiduría y su humildad. Sus ganas de trabajar y su vocación. Les enseñó a sus niños que el deporte es una forma de vida, que uno no solamente es deportista cuando practica una modalidad, sino las 24 horas del día.

Con unos recursos paupérrimos llegaron los resultados. Un mito viviente de la
gimnasia llamado Jesús Carballo –diez Juegos Olímpicos a sus espaldas- quedó asustado de las condiciones en las que practicaban gimnasia los niños pontevedreses; sin embargo, eso no fue impedimento para que el Treboada fuera haciéndose un nombre en Galicia.

Su legado es infinito porque no es material, sino conceptual. Construyó un pensamiento deportivo. Fomentó hábitos saludables y defendió la cultura del esfuerzo porque enseñó que luchando cada día un poco más, sin relajarse ni un solo segundo, los obstáculos más grandes se pueden superar.

Paco Sáez fue para la gimnasia una tormenta de pasión porque contagió su sabiduría y lucha a todos aquellos que la quisieron, por ello nunca el nombre de un club –fue uno de los fundadores del Treaboada, que hasta su llegada se llamaba Trevoa- definió tan bien la trascendencia de uno de sus creadores.

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