domingo, 19 de agosto de 2012

Donde nació la deportividad

No fue ni Pier Coubertain ni tampoco en ningún estadio donde se escuchó por primera vez que lo importante es participar. Fue en la catedral de Saint Paul, que ayer fue testigo de la maratón femenina, donde un sacerdote pronunció esa máxima


Hay frases que son atribuidas a una persona aunque ella no fuera quien la pronunciara por primera vez, pero es quien le ha dado eternidad. Una de las máximas más conocidas del mundo, y no solamente en el deportivo, es la que se atribuye a Pier de Cubertain, el hombre que hace más de un siglo recuperó el olimpismo. «Lo importante no es ganar sino participar». Cuántas veces la hemos escuchado y siempre se apostilla, como dijo Pier de Coubertain

Pero no fue el barón francés quien la dijo por primera vez, aunque sí fue el que la popularizó. Todo comenzó en la Catedral de Saint Paul de Londres, que ayer 104 años después fue testigo directo del transcurrir de las atletas en una de las pruebas más legendarias del calendario olímpico, la maratón. Mientras Alesandra Aguilar, Vanesa Veiga y compañía sufrían los más de 42 kilómetros, los feligreses asistían al oficio más importante del domingo, el de las 11.30 horas, sin saber que entre aquellas paredes, el arzobispo de Pensilvania, Monseñor Ethelbert Talbot, pronunció una frase que pasaría a la eternidad.

«En estos Juegos, más que ganar lo importantes es participar, como en la vida es más trascendente la manera de luchar que la victoria que se pueda conseguir» dijo en su sermón del 17 de junio de 1908, la víspera de la jornada inaugural de los Juegos de la IV Olimpiada. «Creía que la frase era de Coubertain», explica Pedro, un argentino que junto a su mujer y su hijo se han venido desde Buenos Aires a Londres para presenciar los Juegos, «y por ser domingo queríamos ir a misa, y pensamos que la catedral era un buen lugar».

Ayer el dean de la catedral, que fue el encargado de oficiar la ceremonia, no animó a la participación en su sermón, pero sí que habló del espíritu de superación de los deportistas que toman parte en unos los Juegos, que ha contagiado de un sentimiento especial a Londres. Pier de Coubertain, que asistió a aquella ceremonia quedó asombrado por la frase. Como pedagogo le impresionó y dos semanas más tarde la pronunció, haciendo una primera adaptación en la cena con la que se cerraban los Juegos de Londres 1908.

El barón dijo hace 104 años que «lo importante es participar, más que vencer», aunque terminó diciendo la frase que pasaría a la eternidad: «Lo importante no es ganar sino participar». No era la primera vez que se apelaba a la participación porque el lema de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna tuvieron el lema de que «lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien».

Los Juegos son la mayor expresión de igualdad y fraternidad independientemente del principal acontecimiento deportivo, y un auténtico fenómeno económico. Se trata de una cita especial, mágica, irrepetible para la gran mayoría. Llegar hasta aquí es un premio para casi todos tras cuatro años de duro trabajo. Quien no ha estado en unos Juegos no sabe lo que significa, dicen algunos. En los Juegos todos nos volvemos iguales, dicen otros.

Por mucho que cambien los tiempos, en la vida, como en el deporte, el mayor éxito no está en la victoria sino en la capacidad del ser humano para hacer frente a todos sus retos. En los Juegos todo es posible. Los ejemplos en Londres, desde que un país como Arabia Saudí cuente con mujeres en su expedición por primera vez, hasta que un atleta sin piernas como Oscar Pistorius sea capaz de competir al más alto nivel gracias a sus prótesis de fibra de carbono.

Más de un siglo después, el espíritu de la frase del Monseñor Ethelbert Talbot sigue firme porque ahí reside toda la grandeza de este acontecimiento que rompe cualquier frontera.
En los Juegos son tan importantes las hazañas de Michael Phelps como el afán de superación de Eric Moussambani, aquel joven nadador guineano que en Sidney asombró al mundo al tratar de terminar la prueba mientras intentaba no ahogarse, o la imagen del británico Derek Redmond cruzando la meta de los 400 metros lisos de Barcelona 92, ayudado por su padre después de haberse lesionado.

En Saint Paul no hay nada que recuerde el acontecimiento. Solamente sus cimientos saben que allí nació el sentimiento de la deportividad. Paulo, un brasileño que trabaja en la catedral, y que estudió dos años en Santiago de Compostela, reconoce desconocer que fue allí donde se pronunció la famosa frase. Solamente la eternidad sabe que fue en Saint Paul, que ayer asistía en silencio -solamente lo rompía a veces el repicar de las campanas y el ánimo del público al sufrimiento de las maratonianas, donde nació el espíritu de la deportividad.

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