domingo, 30 de marzo de 2014

El sí que lo cambió todo

EN 1980 el deporte español vivía su particular Transición. Eran momentos absolutamente decisivos y también de cambios, mientras que en el exterior la Guerra Fría estaba en su máximo esplendor cuando el movimiento olímpico se encontraba en una delicada situación, especialmente a raíz de los Juegos de Montreal de 1976.

Para los Juegos de 1980 solo se presentaron dos candidaturas, la de Moscú y la de Los Ángeles. Por un voto de diferencia, en la sesión de Viena de 1974, la victoria fue para la capital soviética y debido a la falta de interés de otras ciudades el COI otorgó, posteriormente, la celebración de la edición de 1984 a la ciudad americana.

La falta de interés no era el único problema para el COI y tampoco el más grave, ya que el sentimiento de boicot, que ya padecieron los Juegos de Montreal, iba en aumento. A finales de 1979 el disidente soviético Vladimir Bukovski fue uno de los primeros en pedir la no participación en la cita olímpica con un duro artículo editado, el 17 de noviembre, en un periódico parisino bajo el título: ‘Por el boicoteo’. Pocos días después del comienzo de 1980 el entonces presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, anunció el boicot americano y pedía a sus aliados no viajar a Moscú en verano. La invasión soviética de Afganistán fue el argumento usado por el mandatario americano. Los apoyos a la medida fueron numerosos, entre ellos el del propio presidente español, Adolfo Suárez, que poco después de reunirse con Carter, el 14 de enero, manifestó que «no es deseable la participación en Moscú, ni que los atletas usen el himno y la bandera española en esos Juegos».

Ese respaldo gubernamental al boicot no solo era un problema para los deportistas españoles, que veían trastocadas sus aspiraciones, sino también para Juan Antonio Samaranch, que en aquella época era el embajador de España en Moscú y aspiraba a suceder como presidente del COI (el catalán era vicepresidente) a lord Killanin, que había anunciado que no se presentaría a las elecciones que se llevarían a cabo en la sesión olímpica que se celebraría tres días antes del comienzo de los Juegos de la XXII Olimpiada.

Un boicot a los Juegos sería el final de las aspiraciones de Samaranch, que en los pronósticos aparecía como uno de los principales favoritos. Muchos intereses se enfrentaban. Por un lado, los del deporte español y sus protagonistas, y por otro, los de un gobierno que necesitaba abrirse al exterior para demostrar los aires de cambios que se vivían en España, por lo que no enfadar a Estados Unidos era determinante.

En esa ‘guerra’ de despachos jugó un papel absolutamente determinante el marinense Jesús Hermida Cebreiro, que días después del anuncio de Carter y el respaldo de Suárez había sido nombrado por el expresidente recientemente fallecido director general de Deportes -con la primera Ley del Deporte de la democracia aprobada por el Congreso de los Diputados un día como hoy de hace 34 años, se convirtió en el primer secretario de Estado para el Deporte- y posteriormente elegido presidente del Comité Olímpico Español, ya que, aunque la ley le permitía ser automáticamente regidor del COE, él decidió que su nombramiento tenía que se refrendado por las urnas.

La decisión de España de no ir a los Juegos de Moscú era firme. Casi nadie contemplaba un cambio de postura, aseguran que ni siquiera Juan Antonio Samaranch.

«El Gobierno había decidido no ir a Moscú, pero el deporte español no se lo podía permitir», reconocía ayer Hermida, que destacaba que «el tiempo nos dio la razón porque nuestra representación (166 deportistas) consiguió los mejores resultados hasta los Juegos de Barcelona. Teníamos buenos deportistas y aumentaban las opciones de medalla debido al boicot».

Convencer a Suárez, pero sobre todo al ministro de Cultura, del que dependía el Consejo Superior de Deportes, no fue una tarea sencilla. «Ricardo de la Cierva tenía instrucciones contundentes. Mantuvimos varias reuniones, pero la postura no cambiaba». Hermida lo tenía claro, si España no iba a los Juegos dimitiría, y así se lo hizo ver a sus superiores. Mientras tanto las adhesiones al boicot iban en aumento, por lo que el clima no era el adecuado para una opinión diferente. Alemania Federal, Japón, Canadá, Kenia o China habían dicho no a los Juegos y así hasta 66 países, por lo que en Moscú solo participaron 80, el número más bajo desde Melbourne 1956.

Otro de los hándicaps era el clima de crispación que se vivía en la política española y las críticas que recibía Adolfo Suárez, por lo que la participación olímpica no parecía una prioridad. Cuando la decisión parecía definitiva se produjo una llamada clave: cuando el secretario de Estado para el Deporte estaba reunido con el ministro de Cultura, al otro lado del teléfono estaba Suárez. De la Cierva le insistió en el tema del boicot y el presidente se dio cuenta de que en el despacho estaba Hermida, por lo que pidió que se pusiera.

«En la conversación le hice ver que teníamos que ir y él acabó contestándome que hablaría con Marcelino (Oreja, ministro de Exteriores) para cambiar la decisión, pero le comenté que yo era gallego y no me fiaba porque sabía que Adolfo (Suárez) le diría a Marcelino que diplomáticamente me dijera que no, por lo que ante mi insistencia me pidió que fuera al día siguiente al Congreso», recuerda Hermida. La sorpresa es que, cuando estaba entrando en la Cámara baja, el jefe de gabinete del Ministerio de Cultura le comunicó que «los socialistas acababan de presentarle una moción de censura a Suárez, por lo que era mejor que me fuera; sin embargo, decidí entrar y hablé con Marcelino (Oreja)».

En esa conversación en el hemiciclo, en la que también participó el ministro de Cultura, se pactaron las reglas para ir a los Juegos y, al mismo tiempo, no herir la sensibilidad de la diplomacia de otros países. España desfilaría bajo la bandera del COE (Gran Bretaña, Francia o Italia también usaron esa fórmula) y se tenía que visualizar que la decisión era del Comité Olímpico en una votación ajustada. «Ganó el sí por tres o cuatro votos, y todos contentos», confiesa Hermida. De esa manera Samaranch, y también los deportistas con clasificación, respiraban tranquilos porque su país iba a los Juegos; sin embargo, el de dos de sus principales rivales (un canadiense y un alemán), no. Días después, Hermida recibió la recomendación de que no fuera a Moscú porque, además de ser el máximo mandatario olímpico de España, también formaba parte de un Gobierno que no quería molestar a Estados Unidos ante la inminente visita a nuestro país de Jimmy Carter (25 de junio), en la que aprovechó para insistir en la necesidad de un boicot, pero la decisión ya era firme.

Juan Antonio Samaranch acabó convirtiéndose, el 16 de julio de 1980, en el séptimo presidente del COI y el que estuvo más tiempo en el cargo. De ese día Jesús Hermida guarda un recuerdo excepcional porque «asistí invitado a la entrega de despachos en la Escuela Naval en la que estaba S. M. El Rey, al que conocí cuando fue alumno en el centro. Cuando llegué a casa mi madre me dijo que acababa de telefonear Samaranch desde Moscú. Le llamé, contestó Bibis (Salisachs), que estaba feliz. Juan Antonio me dio la noticia y yo volví a la Escuela para dársela a Su Majestad, que estaba en la comida castrense. Me dirigí al marqués de Mondéjar (jefe de la Casa del Rey) y me pidió que se lo comentara yo personalmente. Nos felicitamos porque era una gran noticia para España y para el deporte español».

A partir de ese día, 16 de julio de 1980, la historia del movimiento olímpico cambió. Samaranch hizo que el CIO -como le gustaba decir a Coubertin- recuperase su prestigio, se acabasen los boicots y los Juegos se convirtieran en la ‘gallina de los huevos de oro’, pero probablemente nada de eso sería sin la perseverancia, diplomacia y gestión de la persona que dirigió la verdadera Transición del deporte español. El que lo democratizó, modernizó y abrió hacia el exterior, porque antes de la revolución de Barcelona 92 hubo otro cambio, y considerable.

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